viernes, 23 de septiembre de 2022

 

LA PRENSA

JUAN GARODRI

 

La Prensa, esa plancha metálica con caracteres móviles que Johannes Gensfleisch Gutenberg inventó a mediados del siglo XV, ha evolucionado una barbaridad. Desde la ‘prensa’ de los Cromberger en Sevilla, o la también sevillana de Andrés de Burgos, o la de Amberes o la de Toledo o la madrileña de Pierres Cosin —se dice que en Coria funcionó una prensa de libros a finales del siglo XIV o principios del XV)— han pasado muchos años.  No hay más que comparar aquella prensa con los modernos rotativos que suministran el avituallamiento diario de información aburridamente política y catastrofista. (Y futbolística, que para algo se nos ha aparecido, como una teofanía balompédica, la iluminación portentosa de la Liga de las estrellas).¡Ah, el pseudodeporte del fútbol y su poder económico!

Desde las ‘hojas de aviso’ que circulaban por los barrios gremiales y los palacios hasta las actuales hojas de hueco grabado y de papel cuché, la prensa se ha desarrollado con la velocidad ilimitada que suelen imprimir a sus acciones los negociantes y las compañías de distribución y difusión.

Y, si en aquellos tiempos se utilizaba la impresión de libros para el desarrollo de una cultura (más teológica que clásica, más clásica que social) llamada, con razón, libresca, la prensa se ha desarrollado hoy no sólo para informar, sino para influir.

De manera que, te estaba diciendo, la Prensa goza de un impresionante poder suasorio, esa convicción inconsciente que trepana las decisiones lectoras y las impulsa a una especie de actuación incontrolada e irreflexiva.

Y así, si la Prensa asegura que, por ejemplo, las sardinas reducen los niveles de colesterol en la sangre, ya tenemos al personal elevando piras campestres y domingueras para proceder al sacrificio oloroso del colesterol, asando sardinas a todo meter. Este fin de semana, sin ir más lejos, con motivo del puente de la Constitución Inmaculada, el personal andaba como loco recorriendo senderos y caminos de la Sierra de Gata. Nadie apreciaba, me parece, la impresionante belleza de los robledales que se divisan desde Santibáñez el Alto. Nadie admiraba la sobrecogedera amplitud del valle que rodea a Trevejo. Nadie se conmovía, en fin, ante el impresionista colorido de los castaños semidesnudos que circundan la sierra desde Villamiel a San Martín. Todo el personal, sin embargo, recogía sin parar ramas secas y hojarasca (ese afán perentorio de la búsqueda compulsiva) para encender fuego y asar sardinas y algo de panceta.


Más. Si la Prensa (y su información gráfica) dogmatiza que los alimentos que contienen fibra son indispensables para la regulación intestinal, todo el mundo se apresura a atiborrarse de cereales, pan integral y sucedáneos como si la ingesta rutinaria y comercializada de cascarillas de trigo condujese necesariamente a la salvación fisiológica. Y así, si te adentras en las entrañas consumópatas de las grandes superficies (oh, eufemismo macroturbador de los hipersupermercados), observarás que el gentío atiborra los carritos con envases de cereales llenos de salud, de fibras, de vitaminas y de oligolementos. Hay que tragar, como sea, una buena dosis de ingestión nutricional a base de proteínas, hidratos, grasas vegetales, calcio y ácidos grasos poliinsaturados para no incrementar los niveles de colesterol y consumir las cantidades diarias recomendadas por la O.M.S. De esta forma alimenticia, además, uno se autoafirma con esa especie de modernidad que supone manifestarse más europeo que nadie.

Más. Si la Prensa (y la publicidad televisual) asevera, ya digo, que el ejercicio físico es necesario para prevenir cardiopatías irreversibles, ahí tenemos al gentío sacando fuerzas de flaqueza para correr, brincar, pasear, derrengarse deportivamente, crucificarse con los clavos de las agujetas y, en una palabra, sacudirse de encima las toxinas y asegurarse una muerte abrumada de lozanía y salud. Y así, observarás que niños, jóvenes, adultos y ancianos corretean por parques, aceras y polideportivos enfundados en acrílicos chándales de colores brillantes, mostrando un enternecedor afán de superación y esfuerzo, y un conmovedor y congestionado rostro brillante de sudor y desentrenamiento. Porque está ahí, no te quepa duda, la idea está ahí: escapar de la muerte, esa abstracción tan lejanamente cercana.

Más. Es notorio que cualquier término divulgado machaconamente por la Prensa se convierte en término acuñado y aceptado y utilizado con fervor reverencial por la patanería lectora. (Piensa, un momento, en el horrendo palabro  “kilo” acuñado por la Prensa deportiva para designar los millones que elevan las cláusulas de rescisión de los contratos futboleros hasta cielos casi mitológicos). Todo el mundo habla de kilos. Que si 300 kilos de la primitiva, que si 5 kilos del BMW, que si 35 kilos de la casa unifamiliar. Y así.

¿La prensa? Gracias a ella te escribo estas alucinaciones.

 

 

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