LA PRENSA
JUAN GARODRI
La Prensa, esa plancha metálica con caracteres móviles que Johannes Gensfleisch Gutenberg inventó a mediados del siglo XV, ha evolucionado una barbaridad. Desde la ‘prensa’ de los Cromberger en Sevilla, o la también sevillana de Andrés de Burgos, o la de Amberes o la de Toledo o la madrileña de Pierres Cosin —se dice que en Coria funcionó una prensa de libros a finales del siglo XIV o principios del XV)— han pasado muchos años. No hay más que comparar aquella prensa con los modernos rotativos que suministran el avituallamiento diario de información aburridamente política y catastrofista. (Y futbolística, que para algo se nos ha aparecido, como una teofanía balompédica, la iluminación portentosa de la Liga de las estrellas).¡Ah, el pseudodeporte del fútbol y su poder económico!
Desde
las ‘hojas de aviso’ que circulaban por los barrios gremiales y los palacios
hasta las actuales hojas de hueco grabado y de papel cuché, la prensa se ha
desarrollado con la velocidad ilimitada que suelen imprimir a sus acciones los
negociantes y las compañías de distribución y difusión.
Y,
si en aquellos tiempos se utilizaba la impresión de libros para el desarrollo
de una cultura (más teológica que clásica, más clásica que social) llamada, con
razón, libresca, la prensa se ha desarrollado hoy no sólo para informar,
sino para influir.
De
manera que, te estaba diciendo, la Prensa goza de un impresionante poder
suasorio, esa convicción inconsciente que trepana las decisiones lectoras y las
impulsa a una especie de actuación incontrolada e irreflexiva.
Y
así, si la Prensa asegura que, por ejemplo, las sardinas reducen los niveles de
colesterol en la sangre, ya tenemos al personal elevando piras campestres y
domingueras para proceder al sacrificio oloroso del colesterol, asando sardinas
a todo meter. Este fin de semana, sin ir más lejos, con motivo del puente de la
Constitución Inmaculada, el personal andaba como loco recorriendo senderos y
caminos de la Sierra de Gata. Nadie apreciaba, me parece, la impresionante
belleza de los robledales que se divisan desde Santibáñez el Alto. Nadie
admiraba la sobrecogedera amplitud del valle que rodea a Trevejo. Nadie se
conmovía, en fin, ante el impresionista colorido de los castaños semidesnudos
que circundan la sierra desde Villamiel a San Martín. Todo el personal, sin
embargo, recogía sin parar ramas secas y hojarasca (ese afán perentorio de la
búsqueda compulsiva) para encender fuego y asar sardinas y algo de panceta.
Más.
Si la Prensa (y su información gráfica) dogmatiza que los alimentos que
contienen fibra son indispensables para la regulación intestinal, todo el mundo
se apresura a atiborrarse de cereales, pan integral y sucedáneos como si la
ingesta rutinaria y comercializada de cascarillas de trigo condujese necesariamente
a la salvación fisiológica. Y así, si te adentras en las entrañas consumópatas
de las grandes superficies (oh, eufemismo macroturbador de los hipersupermercados),
observarás que el gentío atiborra los carritos con envases de cereales llenos
de salud, de fibras, de vitaminas y de oligolementos. Hay que tragar, como sea,
una buena dosis de ingestión nutricional a base de proteínas, hidratos, grasas
vegetales, calcio y ácidos grasos poliinsaturados para no incrementar los
niveles de colesterol y consumir las cantidades diarias recomendadas por la O.M.S.
De esta forma alimenticia, además, uno se autoafirma con esa especie de
modernidad que supone manifestarse más europeo que nadie.
Más.
Si la Prensa (y la publicidad televisual) asevera, ya digo, que el ejercicio
físico es necesario para prevenir cardiopatías irreversibles, ahí tenemos al
gentío sacando fuerzas de flaqueza para correr, brincar, pasear, derrengarse
deportivamente, crucificarse con los clavos de las agujetas y, en una palabra,
sacudirse de encima las toxinas y asegurarse una muerte abrumada de lozanía y
salud. Y así, observarás que niños, jóvenes, adultos y ancianos corretean por
parques, aceras y polideportivos enfundados en acrílicos chándales de colores
brillantes, mostrando un enternecedor afán de superación y esfuerzo, y un
conmovedor y congestionado rostro brillante de sudor y desentrenamiento. Porque
está ahí, no te quepa duda, la idea está ahí: escapar de la muerte, esa
abstracción tan lejanamente cercana.
Más.
Es notorio que cualquier término divulgado machaconamente por la Prensa se
convierte en término acuñado y aceptado y utilizado con fervor reverencial por
la patanería lectora. (Piensa, un momento, en el horrendo palabro “kilo” acuñado por la Prensa deportiva para
designar los millones que elevan las cláusulas de rescisión de los contratos
futboleros hasta cielos casi mitológicos). Todo el mundo habla de kilos. Que si
300 kilos de la primitiva, que si 5 kilos del BMW, que si 35 kilos de la casa
unifamiliar. Y así.
¿La
prensa? Gracias a ella te escribo estas alucinaciones.
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