miércoles, 14 de septiembre de 2022

 

LA COSA DE LA POLÍTICA

JUAN  GARODRI

 

 De qué otra cosa va a hablar uno si no es de la política, háganse cargo, no digo hablar de política sino hablar de la política, clavada la utilización del determinante ‘la’, con todos los rigores de la determinación, un ‘la’ que actualiza la idea abstracta que se suele tener de la política, hablar de política es una generalización que puede referirse a todos los procesos políticos que se encuentren, se hayan encontrado o se puedan encontrar, hablar, sin embargo, de ‘la’ política, concreta el proceso a que nos referimos y lo actualiza a este momento, a esta situación, a esta España nuestra de ahora mismo. Así que de qué otra cosa va a hablar uno si no es de la política, estos días tan politizados, tan polinizados de política, tan provocadores de alergias y estornudos y moquilleo políticos, tan propios de individuos que, sensibilizados ante la sustancia política, reaccionan después ante ella de una manera exagerada. Y ocurre que los anticuerpos frecuentemente permanecen en la circulación social, con lo que aparece una especie de urticaria provocada por los medicamentos políticos (quiero decir medicamentos recetados por los políticos, no me refiero, evidentemente, a que los medicamentos sean políticos de por sí). No para ahí la cosa, porque si los anticuerpos se fijan en determinados tejidos, hay tantos, tejido familiar, tejido educativo, tejido económico, tejido religioso, tejido homoerótico, tejido industrial, tejido agrícola, tejido de autonomías e independencias, tejido de mujer trabajadora, tejido de violencia de género, tejido de terrorismo, tejido militar, tejido de culebroneras, culifinas y culimajos, tejido de televisión analfabeta y culigorda, tejido deportivo con su dopaje y sus engañifas, tejido de salsas rosas y grasientas, decía que si los anticuerpos se fijan en determinados tejidos la liamos gorda, porque aparece entonces una alergia tisular que se manifiesta en erupciones y en eccemas que dejan la piel social y ciudadana convertida en un desastre enrojecido en el que la comezón no deja de levantar manos y pancartas y el picor insoportable no deja de abrir bocas y de lanzar invectivas, insultos y descalificaciones. Y eso si, en determinados estamentos, no entra además asma bronquial y problemas digestivos y hasta oculares y nerviosos, que también son reacciones peculiares desencadenadas por alérgenos (políticos). La política. La cosa política. En qué ha quedado la política. Si dijera que odio la política, tal vez más de uno se llevaría las manos a la cabeza y me señalaría ferozmente con el dedo, como a individuo peligroso y oscuro. Sin embargo, creo que sí. Odio la política. Es decir, odio el conjunto de hechos, el entramado a través del cual quieren hacernos creer que ‘eso’ es la política. El relativismo sofístico acuñó una frase de Gorgias: «Yo creo que si alguno pidiera a todos los hombres que reunieran en un punto todo cuanto cada uno piensa que es inconveniente y luego pidiera de nuevo que cada cual retirara de aquel montón lo que piensa que es conveniente, de seguro que no quedaría allí ningún trozo, sino que todo hubiera quedado repartido entre ellos». Antifón proclama que es lícito traspasar la ley: se puede hacer tranquilamente con tal que nadie lo advierta.

Resulta cuando menos sorprendente que pensadores de unos siglos antes de Cristo apostillaran con frases tan contundentes la actualidad en la que ahora mismo nos movemos, inicios del siglo XXI, más de dos mil años después. Todo para subrayar la idea de poder. La política no es para relacionar a los hombres con los hombres. Esa era la inocencia de Aristóteles. La política es para resaltar la naturaleza del más fuerte. Sólo los débiles se inventan costumbres y leyes para protegerse con ellas. La cultura democrática recoge estas ficciones y pone así límites al poder de los fuertes. Estas ficciones las desarrolla Maquiavelo. Para él, la base del obrar político no es lo que debe ser, sino lo que es, lo que presenta la realidad diaria. Y la realidad diaria demuestra trágica, sangrientamente, que los hombres son malos.  De ahí entresaca los principios fundamentales de la política. La utilidad política queda constituida prácticamente en norma absoluta, lo que da pie a la escisión tremenda entre política y moral. Priorizando lo escuetamente político, es decir, la técnica política, concluye Maquiavelo que «el hombre que quiere en todo hacer profesión de bueno, ha de arruinarse entre tantos que no lo son». El Estado y sus leyes no son más que una convención en la que los ciudadanos se ponen de acuerdo para protegerse unos contra otros.

El lector que haya conseguido llegar hasta aquí, superando la tentación de arrancar la página y arrojarla al basurero más cercano, pensará sin duda que he caído en lo más hondo de la depresión política. Este tío está zumbao, exponer un punto de vista tan negativo de la política, con la de autovías que nos están haciendo nuestros amados gobernantes, y residencias de la tercera edad, y casas de cultura sin parar, y programas de dinamización turística, y senderos de rutas ecológicas para admirar las maravillas de la naturaleza, y charletas televisivas o radiofónicas para que el personal se mantenga bien pero que bien informado, y aceras y farolas y bancos en todos los pueblos, pero que en todos los pueblos aun en los más pequeños, para que descansen los tercerasedades en sus sanos y saludables paseos diarios. Respeto al lector. Y hasta lo aplaudo. Así y todo, no hay más que leer la prensa diaria para convencerse de que algunas de las ideas políticas desarrolladas hace siglos gozan de permanente actualidad. Y aunque les falta la comprensión hacia lo histórico, el individualismo es el rasero con el que miden la dimensión de lo existente, como ahora. Aunque no todos estaban de acuerdo, naturalmente. «Dios crea solo individuos, no naciones», dijo  Benedictus de Spinoza.

 

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