LA COSA DE LA POLÍTICA
JUAN GARODRI
De qué otra cosa va a hablar uno si no es de la política, háganse cargo,
no digo hablar de política sino hablar de la política, clavada la utilización
del determinante ‘la’, con todos los rigores de la determinación, un ‘la’ que
actualiza la idea abstracta que se suele tener de la política, hablar de
política es una generalización que puede referirse a todos los procesos
políticos que se encuentren, se hayan encontrado o se puedan encontrar, hablar,
sin embargo, de ‘la’ política, concreta el proceso a que nos referimos y lo
actualiza a este momento, a esta situación, a esta España nuestra de ahora
mismo. Así que de qué otra cosa va a hablar uno si no es de la política, estos
días tan politizados, tan polinizados de política, tan provocadores de alergias
y estornudos y moquilleo políticos, tan propios de individuos que,
sensibilizados ante la sustancia política, reaccionan después ante ella de una
manera exagerada. Y ocurre que los anticuerpos frecuentemente permanecen en la
circulación social, con lo que aparece una especie de urticaria provocada por
los medicamentos políticos (quiero decir medicamentos recetados por los
políticos, no me refiero, evidentemente, a que los medicamentos sean políticos
de por sí). No para ahí la cosa, porque si los anticuerpos se fijan en
determinados tejidos, hay tantos, tejido familiar, tejido educativo, tejido
económico, tejido religioso, tejido homoerótico, tejido industrial, tejido
agrícola, tejido de autonomías e independencias, tejido de mujer trabajadora,
tejido de violencia de género, tejido de terrorismo, tejido militar, tejido de
culebroneras, culifinas y culimajos, tejido de televisión analfabeta y
culigorda, tejido deportivo con su dopaje y sus engañifas, tejido de salsas
rosas y grasientas, decía que si los anticuerpos se fijan en determinados
tejidos la liamos gorda, porque aparece entonces una alergia tisular que se
manifiesta en erupciones y en eccemas que dejan la piel social y ciudadana
convertida en un desastre enrojecido en el que la comezón no deja de levantar
manos y pancartas y el picor insoportable no deja de abrir bocas y de lanzar
invectivas, insultos y descalificaciones. Y eso si, en determinados estamentos,
no entra además asma bronquial y problemas digestivos y hasta oculares y
nerviosos, que también son reacciones peculiares desencadenadas por alérgenos
(políticos). La política. La cosa política. En qué ha quedado la política. Si
dijera que odio la política, tal vez más de uno se llevaría las manos a la
cabeza y me señalaría ferozmente con el dedo, como a individuo peligroso y
oscuro. Sin embargo, creo que sí. Odio la política. Es decir, odio el conjunto
de hechos, el entramado a través del cual quieren hacernos creer que ‘eso’ es
la política. El relativismo sofístico acuñó una frase de Gorgias: «Yo creo que
si alguno pidiera a todos los hombres que reunieran en un punto todo cuanto
cada uno piensa que es inconveniente y luego pidiera de nuevo que cada cual
retirara de aquel montón lo que piensa que es conveniente, de seguro que no
quedaría allí ningún trozo, sino que todo hubiera quedado repartido entre ellos».
Antifón proclama que es lícito traspasar la ley: se puede hacer tranquilamente
con tal que nadie lo advierta.
Resulta cuando menos sorprendente que pensadores de unos siglos antes de
Cristo apostillaran con frases tan contundentes la actualidad en la que ahora
mismo nos movemos, inicios del siglo XXI, más de dos mil años después. Todo
para subrayar la idea de poder. La política no es para relacionar a los hombres
con los hombres. Esa era la inocencia de Aristóteles. La política es para
resaltar la naturaleza del más fuerte. Sólo los débiles se inventan costumbres
y leyes para protegerse con ellas. La cultura democrática recoge estas
ficciones y pone así límites al poder de los fuertes. Estas ficciones las
desarrolla Maquiavelo. Para él, la base del obrar político no es lo que debe
ser, sino lo que es, lo que presenta la realidad diaria. Y la realidad diaria
demuestra trágica, sangrientamente, que los hombres son malos. De ahí entresaca los principios fundamentales
de la política. La utilidad política queda constituida prácticamente en norma
absoluta, lo que da pie a la escisión tremenda entre política y moral.
Priorizando lo escuetamente político, es decir, la técnica política, concluye
Maquiavelo que «el hombre que quiere en todo hacer profesión de bueno, ha de
arruinarse entre tantos que no lo son». El Estado y sus leyes no son más que
una convención en la que los ciudadanos se ponen de acuerdo para protegerse unos
contra otros.
El lector que haya conseguido llegar hasta aquí, superando la tentación
de arrancar la página y arrojarla al basurero más cercano, pensará sin duda que
he caído en lo más hondo de la depresión política. Este tío está zumbao,
exponer un punto de vista tan negativo de la política, con la de autovías que
nos están haciendo nuestros amados gobernantes, y residencias de la tercera
edad, y casas de cultura sin parar, y programas de dinamización turística, y
senderos de rutas ecológicas para admirar las maravillas de la naturaleza, y
charletas televisivas o radiofónicas para que el personal se mantenga bien pero
que bien informado, y aceras y farolas y bancos en todos los pueblos, pero que
en todos los pueblos aun en los más pequeños, para que descansen los
tercerasedades en sus sanos y saludables paseos diarios. Respeto al lector. Y
hasta lo aplaudo. Así y todo, no hay más que leer la prensa diaria para
convencerse de que algunas de las ideas políticas desarrolladas hace siglos
gozan de permanente actualidad. Y aunque les falta la comprensión hacia lo
histórico, el individualismo es el rasero con el que miden la dimensión de lo
existente, como ahora. Aunque no todos estaban de acuerdo, naturalmente. «Dios
crea solo individuos, no naciones», dijo Benedictus de Spinoza.
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