(Un artículo antiguo - Domingo,22 de febrero de 2004)
LO DEL TABACO
JUAN GARODRI
La Comunidad Económica Europea (tan económica y tan poco europea) se empeña en retirar las ayudas a la agricultura y al campo extremeños. ¿Qué van a hacer los tabaqueros si dentro de pocos años no pueden producir tabaco? La famosa campaña antitabaco que comenzó en Estados Unidos hace un lustro, magnificada por el ‘caso Winston’ en el que las tabaqueras norteamericanas tuvieron que indemnizar al sistema sanitario con cerca de treinta billones de pesetas, se ha extendido por Europa con una virulencia, a mi parecer, exagerada. No porque los efectos nocivos del tabaco no la merezcan, sino porque se centra en el tabaco un temor al gasto de la sanidad pública que no se concede al alcohol o a las armas. El tabaco mata. Pero también mata el alcohol y, desde luego, también matan, mucho más, las armas. Es incongruente, por no decir perverso, que un adolescente norteamericano pueda disparar un fusil y no pueda fumarse un cigarrillo.
La otra noche me permití una excepción: me senté frente al
televisor a contemplar el episodio de una serie que, según dicen, está muy
bien, bueno, es que te cagas con el Resines y con su hermano el feo (Jesús
Bonilla) y con el amigo (Antonio Molero), ese que hace de mecánico, Fiti creo
que se llama, y luego es que alucinas con el pan reciente de Elsa Pataky, que
tiene más de ninfa Egeria que de profesora, y con la suave ensoñación de
Verónica Sánchez, que tiene más de Helena que de alumna, porque da origen a una
guerra de Troya doméstica y adolescente. Pues bien, nadie fuma. Conscientes,
supongo, de que el tabaco mata, director, productor y guionistas no permiten
que aparezca ante las cámaras una voluta de humo. Perfecto. Sin embargo, beben
alcohol. Una amiga de Verónica, nueva en el colegio, la incita a beber (tienen
17 años): con el colocón olvidará las penas amorosas. Y Verónica se agarra
aquella noche un cogorzón impresionante.
Así llega a casa y da pie a que su hermanastro y su amigo la engañen al día
siguiente presumiendo de que se la han beneficiado. Todo muy ejemplarizante,
muy en la línea de lo in, y muy progre. Tabaco no. Alcohol sí. Ahora,
eso sí, por exigencias del guión, que si no, ni alcohol ni nada.
Resulta cuando menos chocante, por no decir extraño e
impropio, que no se mida con el mismo rasero al alcohol y al tabaco. Al
parecer, se atribuye al tabaco la causa de las enfermedades más peligrosas y,
como consecuencia, la muerte de quien las padece (y el coste de cientos de
millones a la sanidad pública). Se airea la peligrosidad que el tabaco supone para
la salud. Las autoridades públicas y los gobiernos europeos y americanos (del
Norte) han echado la carne en el asador de la maldición tabaquera. Sin embargo,
la denuncia del alcohol como elemento de extrema peligrosidad es más reducida.
No es justa, es decir, no es equilibrada ni ecuánime, quizá ni siquiera sea
imparcial, la feroz campaña desatada contra el tabaco, mientras se queda en
simple campaña encogida y difusa la desatada contra el alcohol, si es que se ha
desatado, que no.
El informe que la sección ‘Vivir’ (HOY, 14-2-04) dedica al
consumo de alcohol por parte de la juventud es tremendo y preocupante. «El 55,1
% de los estudiantes de Secundaria declara ser bebedor habitual». No se trata
de un dos o un tres o un cinco por ciento de los estudiantes de Secundaria; se
trata de un 55,1 %, más de la mitad de los estudiantes. Si todos esos jóvenes,
en edades comprendidas entre los 14 y los 18 o 19 años, son ya ‘bebedores
habituales’, que alguien me diga qué van a ser cuando cumplan los 25 o los 30,
y durante el resto de su vida. Y los efectos nocivos que el alcohol produce en
la salud son gravísimos, tan graves, o más, que los del tabaco. Leo los
siguientes: «coma etílico, problemas cardiovasculares, polineuritis
(inflamación de los nervios), pancreatitis, cáncer de estómago, de garganta, de
laringe y de esófago, y úlcera gástrica, entre otras enfermedades». A estos
desastres fisiológicos hay que añadir los efectos mortales de quien conduce
bajo los efectos del alcohol. Durante el fin de semana, el 18 por ciento de los
jóvenes de entre 18 y 25 años reconoce haber conducido bajo los efectos del
alcohol, o sea, borrachos perdidos. Pueden matarse ellos y matar a otros. De
hecho, ¿cuántos jóvenes
borrachos no han perdido la vida de entre los 4.000 muertos que se quedaron en
las cunetas de las carreteras españolas durante el 2003? El consumidor de
tabaco, sin embargo, se mata a sí mismo, y a la larga, pero no mata a los
demás. Pienso que cada botella de licor, de whisqui, de coñac, de ginebra, de
ron, de vino, de cerveza, de lo que sea, debería llevar adherida una pegatina
similar a la que muestran los paquetes de cigarrillos: «El alcohol mata. Las
autoridades sanitarias advierten de que el consumo de alcohol perjudica
gravemente su salud». O así.
¿Por qué los que
manipulan el mundo mundial admiten que el tabaco mata y no admiten que las
armas matan aún más? Por qué se empeñan en hundir el negocio del tabaco y no
actúan de igual manera con el negocio de las armas? ¿No será que la
desaparición de las plantaciones de tabaco perjudicaría sólo a los agricultores
(que se vayan a la mierda pequeños y medianos agricultores) mientras que la
desaparición de las fábricas de armamento arruinaría alarmantemente la
cotización del dólar y la del euro? Ay
amigo, el negocio de las armas es algo importantísimo para venderlas a los
países pobres, después de haber provocado en ellos la guerra, para que se
destruyan entre sí, o para aprovechar las riquezas naturales (petróleo, por
ejemplo) que esos infortunados países poseen. ¿O es que todavía van a hacernos creer
que la guerra de Irak fue para descubrir las armas de destrucción masiva que
escondía Sadam?
Mientras no hagan desaparecer las armas, que matan y
enriquecen obscenamente a las superpotencias, mientras no hagan desaparecer el
alcohol, que mata y enriquece cínicamente a las destilerías y distribuidores (y
a las arcas del Estado con la subida
incesante de impuestos), mientras no ocurra todo eso, a mí que no me hablen del
tabaco que mata, sí, pero cuya desaparición hundirá en la miseria a miles de
agricultores extremeños. Como colofón gnómico, podría aplicarse el dicho de mi
tío Eufrasio referente a los temas arriba comentados: Esto de tabaco no y armas
y alcohol sí, está mal organizado porque los tres temas deberían gozar de igual
maldición por parte de los que mandan; en caso contrario puede ocurrir que
«aquí o nos calentamos todos o se le pega una patada al brasero».
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