(Un artículo antiguo - Domingo, 4 de mayo de 2003)
GILIOREXIA
JUAN GARODRI
Y ahora aparece lo de la «ortorexia» (Ver HOY, 28-04-03). La
alumbra el afijo orto-, de raíz
griega: «orthós», ‘recto’ o
‘correcto’; de donde ortorexia vendría a ser algo así como el intento de evitar la alimentación
considerada como perjudicial para el organismo humano. Acuciado por mi antiguo
apetito verbal, no del todo desaparecido a pesar de esfuerzos y sacrificios,
confieso que me atrajo la palabra, como una golosina de la lexicografía.
Ortorexia. Suena bien. Como esas copas de cristal que emiten un sonido casi transparente cuando
las golpeas con la cucharilla. Lástima que la pureza acristalada de la palabra
haya que asociarla con la estupidez. Es el contrasentido que coloca en su sitio
la existencia, esa falta de correspondencia lógica entre lo que se pretende y
lo que se consigue. Algo así le ocurre a la anagyris
foétida, de nombre botánico sonoramente deslumbrante y de olor nauseabundo,
sin embargo.
Así que aparecen en España los primeros casos de ortorexia,
el culto obsesivo a la comida sana, «un trastorno de la alimentación tan
peligroso como la anorexia». Zumba cojones. De manera que el personal empieza a
inclinarse por la comida sana ¿sana? hasta el punto de preferir empinar el
zapato reventado de salud. Y así se entera uno de cosas sorprendentemente
ridículas. Por ejemplo, que la actriz Julia Roberts bebe diariamente litros y
litros de leche de soja, así se le ha quedado ese rostro chupado, antes
resplandeciente y atractivo (Pretty woman), ahora consumido y triste, de
ojos hundidos y labios como morcillas. Por ejemplo, que Jennifer López se hace las tortillas solo con
claras de huevo, que no sé qué tortillas saldrán sin la amistosa densidad de
las yemas, así se le ha quedado rígido el trasero, antes abundante y cómplice,
ahora solitario y distante. Por ejemplo, que Jean Paul Gautier se toma más de
65 zumos de naranja diarios, no es de extrañar que se le haya quedado esa cara
de azahar perfumado y patético, de tanta frecuencia evacuatoria. Ortorexia.
Un complejo de culpabilidad exacerbado si se cae en la
tentación del chorizo y los huevos fritos. Desde que el vitalismo posmoderno y
su explicación de los fenómenos biológicos borraron del mapa el concepto
religioso de pecado, no han dejado de aparecer movimientos que impulsan a la
aceptación del concepto biológico de lo pecaminoso, en el sentido de que la
realización de un acto contrario al decálogo alimenticio, o ecológico o
naturista o eco-biótico, provoca en el pecador una excitada conciencia de culpa
que lo induce a «comer sano», o a aumentar los grados de cocción de los
ingredientes, o a acrecentar el tiempo de lavado de frutas y verduras, o a
aplicarse penitencias salutíferas que mortifiquen sus deslices, como visualizar
uno por uno los envases alimentarios para comprobar el etiquetado y rechazar
voluntariosamente todo aquello que huela a conservantes y colorantes.
Ortorexia. Como las publicaciones del ramo se apliquen al tema de la
condenación eterna por pecar en el consumo de casi todos los productos, los
restauradores y dueños de casas de comidas lo van a tener crudo. Si se extiende en el aire el olor de santidad
ecobiótica, adiós al churrasco, a las chuletillas de cordero y al jamón de pata
negra. Adiós a los coquillos con miel, al brazo de gitano y a las tartas con
nata y cabello de ángel. No sólo cambiarán las costumbres alimentarias sino
que, además, los neoconversos/as y ortoréxicos/as tendrán que arrastrar un
carrito semejante al de la compra para disponer de evacuatorio adecuado, porque
a ver cómo se las arreglan si ingieren 16 litros de agua diarios, o 52 zumos de
naranja diarios, o 12 litros de leche de soja diarios. Qué tristeza, Dios mío,
todo el día meando. Qué tristeza prescindir de la carne, del pescado y de los
huevos con jamón. No digo que no: reducirán sus niveles de colesterol hasta
límites saludablemente mínimos; pero sospecho, al mismo tiempo, que las pasarán
canutas para que se les enderece el pindongo/a, porque es sabido que la
reducción excesiva del nivel de colesterol produce un descenso alarmante del
apetito sexual.
Ortorexia. Apetito correcto, ganas de comer correctas, según
un canon de corrección alimentaria obsesivamente exagerado. Todo para conseguir
llegar a la muerte irremediablemente sanos. No me digas que esta obsesión no es
una perfecta giliorexia (apetito desenfrenado de mantener la salud a base de
gilipolleces).
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