( Un artículo antiguo - Domingo, 14 de marzo de 2004)
BUENO, MIENTO
JUAN GARODRI
Más que la realidad
esto es un sueño, bueno, miento, aseguran en sus conversaciones repletas de
exvotos fonéticos. Qué suave delicadeza el reconocimiento humilde de la mentira
personal, ese deslizamiento firme para reconocer que uno/una es el más listo/a
de la troupe porque admite en su ego un efecto como el de la mentira. Bueno,
miento, afirman cuando cambian de idea en la exposición de la idea. No es un defecto
esta mentira, es una especie de lítotes verbal habitualmente utilizada para
negar ficticiamente lo que a todas luces se quiere sostener como cierto. Es un
ejercicio casi metalingüístico e inconsistente, a veces, con el que el hablante
pretende humildemente llevar la razón, al tiempo que previene que, si admite
que miente, no es cabezonería rucia la base de su perorata puesto que hay ocasiones
en que la realidad se equivoca. Lo advierte, se corrige y dice, Bueno, miento.
(En el fondo, piensa que lleva más razón que un santo de los antiguos, que son
los que siempre llevaban razón). Bueno, miento, hubo santos que adoptaron
actitudes irrazonables. Ejem, ejem.
¿Mentirá Zapatero si,
como afirma, puede que no consiga mayoría de votos? Bueno, miento, no es que
Zapatero haya dicho que no vaya a conseguir mayoría de votos sino que, si no
consigue esa mayoría, no gobernará. Quizá cuando lo ha afirmado tan
rotundamente en tantos sitios, en tantas entrevistas, en tantos mítines,
tendría que haber dicho, bueno, miento, no formaré gobierno si no consigo mayoría
de votos a no ser que me obliguen mis compañeros de lista... «Gane o pierda yo
soy el fuuuturo». Puede que Zapatero no mienta. Puede que, efectivamente, él sea
el futuro. ¿Mentirá Rajoy cuando afirma que «quiero ser mejor que Aznar porque
es lo que quiere Aznar y me lo exigirá la mayoría de los españoles?». ¿Quiere
el personal a Rajoy porque lo quiere Aznar o lo quiere para que solucione los
problemas del pueblo? Lo quiere. Lo quiero. La oxitocina y la vasopresina
favorecen la formación de fuertes lazos de unión. Estas hormonas desarrollan la
activación del cerebro hacia lo emocional y anulan la capacidad crítica.
Los partidos
políticos saben que estos días de campaña electoral, ya pasados, han servido
para darse un baño de publicidad. Ayudan a consumar la decisión de los
indecisos. Los partidarios de un partido no han necesitado campaña electoral:
siempre votarán a favor del anagrama que llevan bordado en el corazón, como una
insignia epitelial. Los partidarios de ningún
partido resbalan por encima de eslóganes y consignas, por encima de una pista
de hielo apolítica y desestimada. Los indecisos son pocos. Aseguran que
alrededor de un cinco o un seis por ciento. Así que cualquiera de los dos
candidatos puede conseguir la mayoría, bueno miento, la tendrán si consiguen la
definición del escaso tanto por ciento de indecisos, de electores que no se
definen, que pueden hacer que desaparezca una mayoría suficiente...
Las encuestas han
oscilado como barquilla sin rumbo, pobre barquilla mía , aquello de Fray Luis, bueno
miento, pobre barquilla mía entre las olas sola, porque puede quedarse a verlas
venir cualquiera que no consiga atraer a los indecisos, bueno miento, al cinco
por ciento de electores que se considera indecisos, porque si hacía cuatro
meses, tanto tiempo, parece mentira cómo pasa el tiempo, estaban tan lejanas
las elecciones, la guerra de Irak tan cercana y el chapapote tan negro, factura
para ellos, el hombre del frac pasaría una factura castigadora y merecida,
bueno miento, no tan merecida, porque el personal fue volviendo la vista atrás,
cerrando los ojos.
(No puedo continuar.
Mal día para un artículo, decía al principio, sin saber qué estaba ocurriendo
en aquellos instantes. En este momento, 9’51 de la mañana del día más
desgraciado para España y los españoles, 11 de marzo de 2004, la radio me
informa del criminal atentado ocurrido hace unas horas en Madrid. Decenas de
muertos. Centenas de heridos. Para qué escribir. Uno se queda sin palabras. Con
tantas como se malgastan en la floristería verbal, ahora no tengo palabras. Me
he quedado seco. Repentinamente. La sorpresa y el desconcierto, devenidos en
rabia e impotencia, en un furor que se deshace en lágrimas, hacen que mis ojos
se ensombrezcan. Gente trabajadora que iba a su curre diario, estudiantes que
portaban en sus mochilas una ilusión de juventud y futuro, ciudadanos humildes
que se dirigían a buscar la salud en los centros médicos. Asesinados. Quisiera
lo peor para ellos, para los asesinos. Bueno, no miento, quiero lo peor para
ellos. Quiero que cada uno les desee lo peor. Yo ya sé qué es lo que quiero
para los asesinos, además de desearles lo peor. Malditos. Malditos sean.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario