domingo, 18 de abril de 2021

 

LA  SEÑORITA

JUAN  GARODRI

  

Me han pasado una fotocopia (no sé de dónde habrá salido, carece de datos identificativos) que habla de la Señorita. La señorita de aquellas escuelas donde los niños permanecían rigurosamente separados de las niñas por razón de sexo. Resulta curioso: los niños solían anteponer al nombre de pila del señor maestro un “don” rotundo y respetuoso, distintivo del rango social cívicamente enquistado, supongo, fuese el maestro soltero o casado. Las niñas, por el contrario, llamaron siempre a su maestra la Señorita, sobre todo si la señorita era soltera. (En la actualidad, generalizado el uso léxico del hipocorístico,  la maestra es la ‘seño’ o, si están en edad próxima a la jubilación, doña Resu o doña Trini, como mucho. Porque la buena educación de los alumnos y alumnas ha instaurado el tuteo y, con frecuencia, la “seño” es tratada de tú con la familiaridad que proporciona la insolencia).

Pues va la cosa de una señorita que pretendía ser maestra en 1923. Desconozco cómo andaría el poder adquisitivo durante aquellos años en los que empezó a circular La femme chic para impulsar la liberación de la mujer, los nuevos tipos de peinado, los vestidos ligeros y casi inconsútiles, los cuerpos estilizados y frágiles, los rostros esplendorosos y pintados. Pero esto era en París. En México, sin embargo, los mejicanos asesinaban a Pancho Villa y en España, ¡ay, España!, el general Primo de Rivera efectuaba ‘su’ Golpe de Estado e instauraba la dictadura militar. Para desgracia de la Señorita, ella no nació en París sino en España, y no se le ocurre otra cosa, ¡en aquellos tiempos!, que solicitar una plaza de maestra. Así que firmó un “Contrato de maestras” en 1923. Por la cantidad de 75 pesetas al mes durante ocho meses, se comprometía a no casarse, a no andar en compañía de hombres, a estar en su casa desde las ocho de la tarde hasta las seis de la mañana, a no pasearse por las heladerías, a no salir de la ciudad, a no fumar cigarrillos, a no beber cerveza, vino ni whisky, a no viajar en coche con ningún hombre, a no vestir ropas de colores brillantes, a no teñirse el pelo, a usar al menos dos enaguas, a no usar vestidos de más de cinco centímetros por encima de los tobillos, a mantener limpia el aula, a barrer el suelo diariamente, a limpiar la pizarra, a encender el fuego del aula a las siete de la mañana y, finalmente, a no usar polvos faciales, ni maquillarse, ni pintarse los labios. ¿Enternecedor o indignante? ¿Conmovedor o vejatorio? Si la Señorita no cumplía las cláusulas a las que se había comprometido por contrato, éste quedaba automáticamente anulado por el presidente del Consejo de Delegados. Si la señorita lo cumplía, era una buena maestra. Al atardecer, después de cerrar la puerta de la escuela, la Señorita salía de paseo y se acercaba a la orilla del río a recoger poleos frescos y olorosos para el gazpacho. En las aguas cristalinas y tersas contemplaba su rostro resignado y su belleza le parecía una belleza desperdiciada. Envidiaba las risas de las mozas que jugaban a correr con los mozos entre las tamujas y anhelaba, tal vez, unas manos que la acariciasen, unos brazos que la confortaran, unos ojos que la atrajesen. La Señorita se sentía desconsolada y triste y regresaba a casa a encender el brasero y, a su calor, leer una y otra vez las páginas de “Rojo y Negro” de Sthendal. A ella también le hubiera gustado descerrajarle dos tiros al señor presidente del Consejo de Delegados. Aunque luego hubiera sido ejecutada como lo fue Julián Sorel. Sin embargo, sabe que al día siguiente va a trabajar sin descanso con sus amados niños para ahogar su pena. Y todo por 75 pesetas mensuales (0’45 céntimos de euro, lector incrédulo).

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario