domingo, 18 de abril de 2021

 

VIOLENCIA

JUAN  GARODRI

     

                                                                                                                                                     ¿Qué decir de la violencia? Es uno de los interrogantes más acusadamente afilados de la  experiencia personal. No sé por qué pienso en Schopenhauer ahora que intento escribir sobre la violencia. Tal vez por la formulación voluntarista y pesimista de su obra. Tal vez porque en  cierta ocasión lanzó la teoría de que la conciencia es una mezcla de cinco ingredientes: respeto  humano, superstición, prejuicios, vanidad y costumbre. (Cinco raíces de la violencia, digo yo). Tal vez porque se sintió un escritor resentido y malhumorado que se comportó como hombre solitario, con su perrito de lanas y su aire desabrido, a pesar de que después se convirtiese en uno de los escritores filosóficos más famoso. El hombre es una voluntad ciega (voluntarismo), es decir, el hombre es un constante desear, inquieto siempre e insatisfecho (el hombre y la mujer, naturalmente; lejos de mí la discriminación por razón de sexo). Así que, según el señor Schopenhauer, somos un auténtico desastre, abandonados a nosotros mismos, con el inagotable deseo de existir pero sin saber qué hacer con la existencia. Aburridos como ostras vamos de acá para allá para matar el tiempo. Y de aquí, digo yo, de esta condición humana oscilante entre el dolor y el aburrimiento, debe de nacer lo de la violencia. Aunque esta posibilidad es sólo es una conjetura. Porque desde luego la violencia no nace ‘exclusivamente’ de la televisión. Hay, sin embargo, quien lo asegura: la televisión es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno, esas películas tan repletas de efectos especiales, películas en que los mismos extras son despanzurrados varias veces en cada secuencia, películas obscenamente saturadas de odio entre los personajes, películas de venganza sanguinolenta y apocalíptica, la violencia sale de la televisión, no le quepa a usted duda, dicen, un mal ejemplo para la sociedad, para el mundo infantil y juvenil, tan desprotegido, tan indefenso, tan abocado al trauma psicológico de la violencia, ahí lo tiene usted, vea cómo el Observatorio de Contenidos Televisivos y Audiovisuales considera que las televisiones privadas han hecho «un esfuerzo insuficiente para modificar las parrilllas», compruebe cómo Telecinco y Antena 3 incumplen el código de Autorregulación, constate cómo las asociaciones de infancia, las de padres y educadores, las de consumidores y, en fin, hasta las asociaciones sindicales han levantado la voz y denuncian la desaparición de la clasificación de los programas en la franja de protección reforzada. De acuerdo, de acuerdo. Lo admito. Sin embargo, a mí me parece (humilde parecer anclado si se quiere en la reducción al simplismo) que la violencia no sale “exclusivamente” de la pantalla: la violencia sale del interior de cada uno. La violencia empuja a Caín contra Abel, y no vieron televisión. El bloque de diorita azul de Susa muestra la “ley del talión”, disposición jurídica que prevé un castigo similar al daño causado para que el personal abandone la violencia (el código de Hammurabi es de 1700 años a.C., creo recordar, y entonces no había televisión). Alarico I saquea Roma en el año 410 y los Campos Cataláunicos contemplan la derrota de Atila cuarenta años después (y no había televisión). A consecuencia del Concilio de Trento, las guerras de religión sembraron Europa de sangre y de terror, violencia en nombre de Dios (y no había televisión). El enfrentamiento entre los privilegiados y las clases populares fue una de las causas que determinaron las jornadas revolucionarias y la toma de la Bastilla en 1789, sangre, horror, decapitaciones y violencia (y no había televisión).  La guerra civil española (1936-1939) se salda con cerca de un millón de muertos: odio social, venganzas vecinales, asesinatos, represalias y violencia (y no había televisión). Tal vez Schopenhauer, con todo su pesimismo, adujo una causa (aunque no la única) de la violencia: está corrompido el corazón humano.

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