VIOLENCIA
JUAN GARODRI
¿Qué decir de la violencia? Es uno de los
interrogantes más acusadamente afilados de la experiencia personal. No sé por
qué pienso en Schopenhauer ahora que intento escribir sobre la violencia. Tal
vez por la formulación voluntarista y pesimista de su obra. Tal vez porque en cierta ocasión lanzó la teoría de que la conciencia es una mezcla de cinco
ingredientes: respeto humano, superstición, prejuicios, vanidad y costumbre.
(Cinco raíces de la violencia, digo yo). Tal vez porque se sintió un escritor
resentido y malhumorado que se comportó como hombre solitario, con su perrito
de lanas y su aire desabrido, a pesar de que después se convirtiese en uno de
los escritores filosóficos más famoso. El hombre es una voluntad ciega (voluntarismo),
es decir, el hombre es un constante desear, inquieto siempre e insatisfecho (el
hombre y la mujer, naturalmente; lejos de mí la discriminación por razón de
sexo). Así que, según el señor Schopenhauer, somos un auténtico desastre,
abandonados a nosotros mismos, con el inagotable deseo de existir pero sin
saber qué hacer con la existencia. Aburridos como ostras vamos de acá para allá
para matar el tiempo. Y de aquí, digo yo, de esta condición humana oscilante
entre el dolor y el aburrimiento, debe de nacer lo de la violencia. Aunque esta
posibilidad es sólo es una conjetura. Porque desde luego la violencia no nace ‘exclusivamente’
de la televisión. Hay, sin embargo, quien lo asegura: la televisión es el
conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno, esas películas tan
repletas de efectos especiales, películas en que los mismos extras son
despanzurrados varias veces en cada secuencia, películas obscenamente saturadas
de odio entre los personajes, películas de venganza sanguinolenta y
apocalíptica, la violencia sale de la televisión, no le quepa a usted duda,
dicen, un mal ejemplo para la sociedad, para el mundo infantil y juvenil, tan
desprotegido, tan indefenso, tan abocado al trauma psicológico de la violencia,
ahí lo tiene usted, vea cómo el Observatorio de Contenidos Televisivos y
Audiovisuales considera que las televisiones privadas han hecho «un esfuerzo
insuficiente para modificar las parrilllas», compruebe cómo Telecinco y Antena
3 incumplen el código de Autorregulación, constate cómo las asociaciones de
infancia, las de padres y educadores, las de consumidores y, en fin, hasta las
asociaciones sindicales han levantado la voz y denuncian la desaparición de la
clasificación de los programas en la franja de protección reforzada. De
acuerdo, de acuerdo. Lo admito. Sin embargo, a mí me parece (humilde parecer
anclado si se quiere en la reducción al simplismo) que la violencia no sale
“exclusivamente” de la pantalla: la violencia sale del interior de cada uno. La
violencia empuja a Caín contra Abel, y no vieron televisión. El bloque de
diorita azul de Susa muestra la “ley del talión”, disposición jurídica que
prevé un castigo similar al daño causado para que el personal abandone la
violencia (el código de Hammurabi es de 1700 años a.C., creo recordar, y
entonces no había televisión). Alarico I saquea Roma en el año 410 y los Campos
Cataláunicos contemplan la derrota de Atila cuarenta años después (y no había
televisión). A consecuencia del Concilio de Trento, las guerras de religión
sembraron Europa de sangre y de terror, violencia en nombre de Dios (y no había
televisión). El enfrentamiento entre los privilegiados y las clases populares
fue una de las causas que determinaron las jornadas revolucionarias y la toma
de la Bastilla en 1789, sangre, horror, decapitaciones y violencia (y no había
televisión). La guerra civil española
(1936-1939) se salda con cerca de un millón de muertos: odio social, venganzas
vecinales, asesinatos, represalias y violencia (y no había televisión). Tal vez
Schopenhauer, con todo su pesimismo, adujo una causa (aunque no la única) de la
violencia: está corrompido el corazón humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario