Puede
matarse el gentío. Puede un tipo agilipolladamente paranoico liarse a tiros con
el gentío. Pueden los mamarrachos callejeros destripar al gentío. Pero no se
puede dar cachetes a los niños. Pobrecitos. Un padre, una madre o un profesor
(o profesora) no pueden dar collejas a los niños, aunque sean educativas. Mucho menos pueden darles
capones. La tierna personalidad de los niños, envuelta en la blanda superficie
receptiva del alma prenatal que nos atribuía Platón, quedaría marcada con la pavorosa
señal de un trauma perdurable (o más). No habría psicólogos argentinos
suficientes para tratar las deficiencias de comportamiento ocasionadas por los
sopapos o los mamirotes. El niño es una planta delicada a la que hay que
cultivar con abono y turba nitrogenada. La no traumatización psicológica del niño
es imprescindible para conseguir su plena madurez ciudadana. Al menos en una
época como la nuestra, atiborrada de progreso y democracia.
Pregunto: los adultos, todos, incluidos Rajoy y Rubalcaba, Bárcenas, Undargarín, Griñán, Camps y demás patulea, ¿habrán conseguido evitar el trauma psicológico y alcanzar la
madurez ciudadana? Porque lo que son collejas, bofetadas y capones quizá los
recibieron alguna vez cuando eran críos. ¿O no?
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