JUAN GARODRI
(Artículo antiguo aparecido en HOY)
Sopórtame, lector. No voy a colocarte el rollo sobre la poesía goliardesca y sus partidarios, aquellos inconformistas medievales que debían de tenerlos así de gordos para atreverse, como se atrevieron, a la desestabilización y el inconformismo en un época (la medieval, no tan oscura como suele decirse) bien protegida por leyes eclesiásticas y por tonsuras escolásticas.
Bien.
Los goliardos jugaban a una especie de lotería subversiva y amoral, que
entonces se llamaba ‘rueda de la fortuna’, en la que unos subían y otros
bajaban, según el vino, la poesía amorosa o las mujeres los impulsasen a la
riqueza de los placeres o a la ruina de Hécuba. Así, al menos, aparece en
algunos pasajes de los Carmina Burana.
Juan
de Mena, sin embargo, dejó la rueda pero cayó en el Laberinto de la
fortuna. Y así, influido por Dante, Virgilio y Lucano, se empeñó en
desenmascarar la codicia de la fortuna (para ellos era la ‘fama’) que roía las
entrañas de los primeros renacentistas.
Ahora,
sin embargo, qué quieres que te diga, el personal no empuja la rueda de la
fortuna ni se pierde en su laberinto. Ahora el gentío utiliza una abstracción
casi filosófica (crematística es mucho decir) que aletea sobre las cabezas
ciudadanas con la pertinacia de las moscas y la parsimonia de las arañas. Es la
lotería, ese paraíso terrenal, esa tierra prometida de la abundancia en la que
las depresiones, las represiones, las sumisiones y las ansiedades encontrarán
la leche y la miel de una felicidad
inagotable.
El
gentío acude en masa a los despachos de loterías, a ver qué remedio, a
desarrollar esa pulsión soteriológica, de salvación final, con la que antes se
acercaban a las iglesias y confesionarios. La salvación viene de arriba, de lo
alto, de la santa lotería que protege e inmuniza contra los males
finimilenarios, oséase, carencia de coche potente, carencia de casa bien
digitilizada con seis u ocho mandos a distancia (televisor/es, vídeo/s,
equipo/s de sonido, canal satélite, canal digital, hilo musical), carencia de
ostentación social y carencia, si se tercia, de apetitosos sucedáneos de
esposa.
Por
otra parte, el personal tiene donde elegir. Primitiva, gordo de la primitiva,
bonoloto, lotería nacional, lotería de los jueves, quiniela, quinigol, lototurf,
eurojackpot, triplex, cupones diarios de la Once, Cuponazo, Sueldazo (sábados y
domingos), Euromilonaria, tío, hasta 250 millones de euros pueden tocarte, como
para doblar la manga y mandar al jefe más allá del extranjero. Así que tenemos
la lotería.Yo mismo. Aunque soy consciente de que mi columna semanal supone un
humillante grano de arena dentro del límite de las posibilidades (cada columna
supone una posibilidad contra catorce millones de posibilidades), ahí me tienes
arrastrándome los lunes, con una constancia casi esquizofrénica, por despachos
de loterías y quinielas, alzando los brazos a lo alto de la imploración lotera,
para ver si desciende de su cielo caprichoso el maná de ese rocío alimenticio
que sacie mi hambruna de millones.
Hay,
no obstante, quien no sucumbe a la tentación, por raro que te parezca. Resiste
y aguanta heroicamente los embates de la furia millonaria y jura que no se
gasta un duro en loterías. Para mí que son santos. Porque hay que estar
inmunizados de cojones contra el virus del consumismo para mostrar, tan descaradamente,
esa inapetencia casi insultante con que desprecian el festival lotero. Son los
santos modernos. Y pienso que hasta hacen milagros, porque es insostenible, hoy
en día, que exista alguien con capacidad suficiente como para no desear la
posesión de todas las cosas sin mezcla de ausencia alguna, ese deseo de viajar
sin tregua por todo el mundo, o de posesión casi orgásmica del coche o de la casa
unifamiliar, por ejemplo.
Así
y todo, se me plantea, a bote pronto, un problema grave. No sólo el aceite de
Jaén o la leche de Cantabria o las infraestructuras extremeñas se van a ver
afectadas negativamente por la entrada de España en Europa. Hay algo peor. Lo
de la lotería. También la lotería puede verse afectada por la entrada en
Europa. Explico: ¿cómo jugaré a la lotería a partir de febrero del año que
viene o cuando entre en vigor el euro? ¿Cómo voy a echar una columna a la
quiniela por la indigna cantidad de cero coma treinta (0’30) céntimos de euro? ¿Cómo voy a gastarme en un décimo
de lotería nacional la ignominiosa cantidad de cinco euros? Es como si pasase
por la caja del supermercado con una caja de palillos en el carrito. Voy a
parecer un pobre. Y, una de dos, o desciendo a la categoría suburbana e
indigente de los que manejan céntimos para subsistir, o tengo que ascender a la
categoría del dispendio para adoptar esa pose pretenciosa del que dispone de
suficiente poder económico como para poder gastarse sin penas veinte o treinta
euros por lo menos.
Hay
más, amigo. Hay algo que, cuando nos sobrevenga lo del euro, puede acabar con
mi afición a la lotería. ¿Cómo saciaré mis anhelantes deseos de convertirme en
millonario? ¿Cómo soportaré el chafamiento psicológico de posesión omnímoda
cuando acierte el cupón de la Once y advierta que no me caen encima los
millones del premio? Porque ya no habrá millones. El euro los habrá
volatilizado. Me tocará el gordo y sólo me corresponderá la birriosa cantidad
de seis mil euros. ¿Cómo va a ser uno
millonario con seis mil euros? Ni para empezar.
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