jueves, 6 de octubre de 2022

 

LA IGUALDAD

JUAN GARODRI

 

 De chicos, cantábamos aquello de que estaba el señor don Gato sentadito en su tejado, muy tranquilo al sol que más calienta, y va y le vienen cartas de lejos por si quería casarse con una gatita blanca sobrina de un gato pardo, lo cual que le emociona de tal manera que, al segundo o tercer retozo, se cae del tejado. Y se parte siete costillas y el espinazo y el rabo. Y lo llevan a enterrar. Pero, mira tú por dónde, lo llevan a enterrar por la calle del pescado. Y ya se sabe que el olor del pescado es a los gatos lo que el olor de los votos es al político/a: una especie de viagra poderosamente regeneradora que convierte la eréctil disfunción política en eyaculante torrentera de promesas (ya se ha descubierto también la viagra femenina). De manera que, al olor de las sardinas, pues eso, el gato ha resucitado.

Y empiezan a aparecer los efectos de la resurrección. (Quizá algunos/as no estuvieran del todo muertos/as, quizá solo estuvieran aletargados/as en las covachuelas oficiales con ese estado de hibernación que caracteriza a los osos y a los ofidios). Los efectos, pues, se notan más que nada en el bar. Los conciliábulos, las habladurías, los dimes y diretes, la ley de la oferta y la demanda, el mercadeo, el mercachifleo, el prebendeo político abunda y sobrenada por la superficie oleoginosa de las pretensiones representativas. También se notan los efectos en la Prensa. Ya empiezan a aparecer listas. Ya andan los políticos/as que pierden el culo elaborando listas para las municipales y autonómicas. Y unos/as se mantienen en el macho y otros/as son borrados del mapa. Y aparecen nuevos nombres y nuevos rostros. Los/las han convencido de que son gente con “cartel”, con carisma (esa apropiación gratuita del término teológico que se utiliza para designar a personas dotadas de cierta facilidad para atraer a otras). Y van y se lo creen. Y juran, después, que todo lo hacen por el pueblo.  Popule meus, quid feci tibi!, grita Tomás Luis de Victoria en uno de sus Responsorios de Semana Santa con esa sobrecogedora intensidad expresiva que caracteriza su polifonía religiosa. Pobre pueblo, utilizado siempre como cabeza de turco para justificar las aspiraciones, las ambiciones, las exigencias y las defecciones de los/las políticos/as. Y tal vez sus deyecciones.

Hay una novedad, sin embargo, progresista, europea y libre, en la actual confección de listas: la igualdad. Y se habla de establecer una nueva “cota” de igualdad femenina (supongo que se refiere al término topográfico que indica la altura de un punto sobre otro: con lo cual el concepto de “cota” nunca puede coincidir con el de igualdad). Y se afirma con énfasis ciceroniano que el número de mujeres que integren las listas no debe ser inferior al cincuenta por ciento del total. Y hasta Feijóo ha llegado a comprometerse a que en un futuro Gobierno suyo aparezca un 50 % de mujeres. ¡Qué bien! La cosa está pero que muy bien. Ocurre, sin embargo, que contemplada la afirmación así, fuera de contexto, aparece como sutilmente idiota. Porque vamos a ver. ¿Por qué no puede llegar al setenta o al noventa por ciento el número de mujeres que aparezcan en las listas? Puede ocurrir que en muchos municipios abunden los machos domingueros, futboleros y cerveceros, por poner una aclaración,  ejemplares de la fauna ibérica que no ven más allá de sus narices y que, en contrapartida, la mayoría de las mujeres censadas superen en inteligencia, en trabajo, en capacidad de gestión o de organización a la mayoría de los hombres. Sin embargo, los mandamases locales no aceptan el hecho de la palpable superioridad femenina y dan de lado, con displicencia, a sus propuestas. Por el contrario, municipio habrá en que abunden culebroneras y culifinas, más proclives a la pulsión consumópata o a la lectura indiscriminada de la prensa rosa, por poner otra aclaración, que al cultivo inteligente de la gestión organizadora y social. En este caso, ni el cincuenta, ni el treinta, ni el veinte por ciento de mujeres deberían aparecer en las listas. A ver si el personal, para huir precipitadamente de los efectos seculares de la cultura machista, va y cae en la zanja de la pretensión feminista. Y aunque lo políticamente correcto, que se dice, sea mitad y mitad, pienso que lo municipal o lo autonómicamente correcto sería incluir en las listas a las personas más cualificadas (sean mujeres, sean hombres) por su inteligencia, su trabajo y su probada capacidad de actuación en favor de todos.

 

 

 

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