Ya puedes irte encomendando a san Petersburgo dos veces si el conocido de
toda la vida se encuentra contigo y te dice eso, Pero qué bien te veo. O lo que
es quizá peor, te mira fijamente y exclama, Pero qué bien te conservas. En plan
exegético, la alabanza retórica que acaban de pasarte por las narices puede
significar, más o menos, que aunque estás acosado por el síndrome de la PV , es evidente, todavía no te
has convertido en pingajo. Así que cuando me sueltan lo de qué bien te veo,
respondo invariablemente: Eso demuestra que estás muy bien de la vista.
Y ahí reside el quid de la cuestión. Diferenciar adecuadamente entre la
salud del visto (acosado por el síndrome de la PV , como ya dije) y la ilusión visual del que ve.
De no establecerse esta diferenciación, pueden cometerse infinidad de errores, porque
alguien puede ver una irrealidad y transmutarla equivocadamente en algo real.
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