martes, 8 de marzo de 2016

LA LOTERÍA ¿ILUSIÓN O DESESPERACIÓN?

 Suelo escribir mis articulejos influido por la llamada «opinión de la calle». El encuentro con conocidos, vecinos o amigos en la acera o en el bar propicia el comentario sobre temas de actualidad expandidos por la prensa o la televisión. Estos días me han comentado el hecho de la apuesta. ¿Qué incita a una persona a apostar? Porque toda apuesta supone un riesgo. Puede ser arriesgar cierta cantidad de dinero en la creencia de que algo, como un juego, tendrá tal o cual resultado. En este sentido, la mayoría de los españoles (españoles no, que está mal visto), la mayoría de los ciudadanos (mejor, suena más a república o a Revolución francesa), la mayoría de los ciudadanos arriesga su dinero en las apuestas públicas o en la Once. La quiniela futbolística saca de sus casillas a hinchas, forofos y peñistas; la lotería nacional trastorna los bolsillos de sus incondicionales, siempre esperando el maná de la suerte; la Once produce un flipe diario en viandantes y acereros que se detienen en los quioscos o en las esquinas para el aprovisionamiento de su salvación; la lotería primitiva enloquece a funcionarios y jubilatas; la euromillonaria afloja el seso soñador de hambrientos económicos: sería la rehostia, tío, veinte, veinticinco, treinta millones de euros, anda que no iba yo a dar por saco a tanto hijoputa como raja por ahí suelto. La apuesta, pues, supone un riesgo monetario que se corre gustoso porque va parejo con el sueño de cada uno. Y es de admirar esa pertinacia en el riesgo que impulsa una y otra vez al gasto a cambio de unos instantes de sueño enriquecedor. 

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