Los apuros económicos de las parejas frenan el auge de los divorcios. Eso
dicen los periódicos. No se habla de que haya vuelto el amor, o el afecto, o el
respeto mutuo para que el gentío se divorcie menos. No. Se habla de “apuros
económicos”. De lo que deduzco ‘in contrarium’ que la causa principal del
divorcio es la abundancia económica. Esta posición de la pareja actual,
jurídicamente hipermoderna y socialmente de frescura floral sigloXXI, ha sido
llamada por Francisco Nieva «economía doméstica civilizada». Geulincx quizá dio
en el clavo, no por su enseñanza de la filosofía cartesiana en la universidad
de Lovaina, sino porque observa que el egoísmo es contrario a la razón que “a
tiempos manda dar solaz al cuerpo y desahogo al ánimo”. Tanto boda como
divorcio se mueven en un círculo en el que el egoísmo es el punto de arranque
de toda lucha. Schopenhauer habla de ‘individuación’. Cada individuo está
dispuesto, si llega el caso, a despedazar todo lo que amó «con tal de prolongar
un poco su propio ser, esa gota perdida en el océano». Naturalmente, esto no lo
piensan las parejas antes del casorio, pero los pájaros tampoco advierten el
tiro que va a abatirlos. Lo aparentemente claro del caso es que si los apuros
económicos frenan los divorcios el auge económico favoreció las bodas,
entronizadas en una sexualidad efímera. Esa mezcla de lubricidad y de egoísmo
presente en muchas bodas es la misma que
se encuentra en las obras de Boccaccio y de Chaucer. El sufrimiento del
servicio amoroso va aumentando con la disminución del recurso económico y lo
que fueron goces se convierten en hieles. Fundamentalmente para los ricos, que
son quienes más se divorcian. ¡Qué peste de paraíso artificial para los ricos!,
dice Francisco Nieva. El gentío ha querido imitarlos, alimentado por las
revistas del corazón tan hechas a la cosa del divorcio. El apuro económico le
pone los pies en el suelo. «Sentí tu
mano en la mía, / tu mano de compañera», dijo Antonio Machado. Hoy, sin
embargo, no anda la relación de pareja predispuesta a la anadiplosis.
No pretendo tener razón. Lo que para mí es acertado, puede ser desacertado para otros.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
miércoles, 23 de septiembre de 2015
RELATO DE LA QUIOSQUERA
Nadie tiene la obligación de leer si
no quiere. Pero ¿y la obligatoriedad? ¿Por qué se impone la obligatoriedad de
leer aunque uno no quiera, de la misma manera que se impone a los niños la
obligatoriedad de comer pescado?
Me refiero a la
obligatoriedad de leer que te imponen domingos y fines de semana las empresas
de comunicación y prensa escrita. Y no son dos páginas, precisamente. Páginas y
páginas, cientos de páginas. De manera que vas tan contento, ansioso por adquirir
tu ración de avituallamiento informativo, y te diriges al quiosco. A medida que
te acercas, preparas ese aire de persona sensata e informada que no puede
prescindir de lo que llaman cultura. Llegas y pides tu periódico. La
quiosquera, una chica de morritos hinchados puro estilo spice girls, masca chicle y ni te mira. En lugar de
periódico, te larga una colección alarmante de cuadernillos, revista fin de
semana, encuadernable, páginas plastificadas y suplementos dominicales, más un
descomunal soporte acartonado, relleno de colorines, al que se adhieren otras
inquietantes y desconocidas informaciones.
—Yo sólo quiero el periódico —te atreves.
La quiosquera te perdona la vida. Masca el chicle con la boca
entreabierta.
—No se vende el periódico solo —parece decir que dice.
—Antes podía adquirirse sólo el periódico —insisto como disculpándome.
—Ahora no. O todo o nada—. Y alarga la mano para cobrar a otro
cliente.
La inesperada obligatoriedad (en el sentido arriba mencionado de algo
impuesto y no deseado) de compra de aquel montón de papeles, hojas, pliegos y
plásticos, produce en mis genomas una reacción adrenalínica y cabreante. La
tensión enfadosa me hace permanecer callado. La chica insiste:
—¿Lo quiere o no?
—No sé qué hacer —me disculpo.
—Venga, leer nunca viene mal —concede ella. Y me mira por primera vez.
—Yo sólo leo libros —digo armándome de dignidad.
La quiosquera hace un gesto de sorpresa e incredulidad. Hincha los
carrillos y me mira por segunda vez. Sus morritos parecen tan desconcertados
como bellos.
—Allá usted —dice. Y me despide lanzando al aire la pedorreta de su
pompa de chicle.
Mientras me alejo con mi pesada carga de bagaje cultural, informativo,
artístico, gastronómico, cinematográfico, discográfico, bursátil, económico,
deportivo, etcétera y etcétera, pienso con angustia en la necesidad de un juego
mágico que me permita sacar tiempo para leer todo eso. Si es que
pretendo, además, ver algo la tele, escribir algo, leer algo de mis lecturas
preferidas, tomar algún vino con los amigos y salir alguna tarde a espárragos,
ahora que empiezan a despuntar con la lluvia de otoño.
(Me parece que la he cagado, que todo el relato no es más
que una sarta de inexactitudes que dimanan de una sola y principal: nadie te
impone la obligatoriedad de leer. Lo que te imponen es la obligatoriedad de
comprar. Y me aconsejo que, en vez de lamentarme como un Boabdil cualquiera de
la oleada impresa, utilice las 800 páginas del fin de semana periodístico para
mantener el fuego de la barbacoa).
viernes, 18 de septiembre de 2015
VOTAR ES UN PLACER
Pues sí señor, he visto
el vídeo. La chica catalana del calentón. El mete-saca de la papeleta en la
urna, un trasunto erótico del instante de la votación. Leguina asegura que
Zapatero ya estaba tocado de ala cuando
llegó a la Moncloa. Me
parece que aún están más tocados de ala quienes utilizan la sensibilización
erótica para sacar votos. Aunque, quién sabe, quizás la chica del calentón era
una intelectual y conocía las opiniones de los epicúreos para quienes el
placer, como tal y en todas las circunstancias, es bueno, como ya había
declarado Aristipo. O las de Metrodoro
de Lámpsaco que, a pesar de vivir en el siglo III antes de Cristo, disponía de una clarividencia futura acerca
del placer, situándolo en el vientre: “todo lo bueno y lo bello se relaciona
con el vientre; es éste la medida para todo lo que toca a la felicidad”.
(Sustituyan ustedes la palabra vientre por la de sexo y ya está, la traducción
lo permite). La chica del calentón sabe que el orgasmo es la medida de todas
las cosas, y no el hombre, como aseguraba Protágoras. Ella no necesita a un
hombre para erotizarse, sino una papeleta para meterla en una urna de cristal. Votar
es un placer. La homofonía de votar y fumar induce a pensar que votar también
es un placer genial y sensual. Algo falla, sin embargo, en el video
publicitario. Porque el video está montado para arrastrar el voto de los
socialistas catalanes. Pero ¿y si se aprovechan del placer de votar, genial y
sensual, otros votantes que no sean socialistas? ¿Y si aprovechan el calentón
de la chica los votantes de cerca de los cien partidos políticos que hay en
Cataluña? Si se llega a esto, tío, las Juventudes Socialistas catalanas han
hecho un pan como unas tortas, porque han puesto a huevo la atracción de la
urna y su hendidura no solo a los de su partido sino también a los votantes de
otros partidos, atraídos por la sensualidad del voto.
Fumar era un placer, ya
deserotizado por las prohibiciones. Ahora el placer es votar. Cosas.
viernes, 11 de septiembre de 2015
CUANDO HAYA TANTAS MUJERES TONTAS COMO HOMBRES TONTOS
Para la cosa de las ideologías nada tan
sutil como esta frase leída en el teletexto, frase pronunciada por dama de alta
representatividad nacional digna de consideración: «La verdadera igualdad se
producirá cuando haya tantas mujeres tontas como hombres tontos en puestos
importantes». ¿Es una agudeza clarividente o es una cagada del estreñimiento
ideológico? ¿Qué ideología la ha impulsado a equiparar a las mujeres tontas con
los hombres tontos para desempeñar puestos importantes? ¿O tal vez quiere decir
que los puestos importantes están desempeñados por hombres tontos cuando hay
tantas mujeres no tontas que podrían desempeñarlos? ¿O quizá sugiere que los
hombres tontos lo son porque carecen de ideología adecuada para desempeñar el
puesto importante? ¿O, finalmente, oculta la idea de que la abundancia de
hombres tontos predomina sobre la carencia de mujeres tontas? En fin, la
encrucijada ideológica se entremezcla y enmaraña como red de pescar y tal vez
por eso los catalanistas aseguran que no es por ideología, no tú, la
instalación de oficinas de denuncia para sancionar el no uso del catalán sino
para defensa de su identidad ‘nacional’. Ya verás cuando consigan la independencia.
martes, 1 de septiembre de 2015
¡LAS VACACIONES, AY!
Ya te
cuento, amigo, se acabaron, como siempre. Esa fuente aparentemente inagotable
de deseos y fantasías, se ha agotado. Todos alzamos los brazos al cielo pródigo
de las vacaciones, alborozados en medio del rito canicular y veraniego. Pero
llega septiembre, parece mentira, este mes sosón y casi inútil, dentro de la
inutilidad isobárica del calendario, porque no es verano ni es otoño y, zas, te
suelta el soplamocos del final de las vacaciones. Septiembre es el jarro de agua
fría que diluye las apologías del ocio y endereza la mediocridad de la rutina.
El verano lanza la red piscatoria de las sensaciones agazapadas en la íntima
covachuela del arrebato, y va el personal y se deja atrapar entre playas y
terrazas, esos lugares de caza en que está permitido el tiro visual de la
tórtola que cruza trémula y casi concreta, fugazmente rotunda, aligerada de
timideces y lencería, por muy fina que sea. El verano es la elocuencia del
desvarío y del gasto, es el deslumbramiento del consumo y de la euforia.
Septiembre, en cambio, este mes bobalicón e indefinido, es el mes de la
depresión, el mes del síndrome de la vuelta al trabajo. El verano eleva los
cuerpos a categorías inalcanzables, precisamente por parecer tan al alcance de
la mano. Son dioses los cuerpos, dioses inalcanzables, ya digo, dentro de una
desnudez mitológica, bronceada y mediterránea. Siempre me ha llamado la
atención (aunque no venga a cuento ahora, o quizá sí, atraído por la referencia
mediterránea) el contraste casi hiriente con que los pintores renacentistas
exaltaban los cuerpos: mientras los artistas italianos reproducían desnudeces
espléndidas, rotundas y casi sagradas —piensa en Boticelli y compañía—, los
artistas centroeuropeos ofrecían unos desnudos melancólicos y lacios, como si
regresaran de la tristeza o del pecado —piensa en Lucas Cranach o El Bosco, por
ejemplo—.
En fin. Para sacudirte de encima el polvo megalítico
de tantos caminos importantes, te sugiero que admires, tranquilamente, las
espléndidas puestas de sol que septiembre, este mes malhadado, ofrece al
viajero que se adentra por los íntimos vericuetos de la Sierra de Gata. No verás
cosa igual, afirmo.
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