El coche diskoteka, con k de kilo, muestra la tendencia que los nuevos modelos automovilísticos imponen durante el año y ahí lo tienes, ese modelo de pequeño tamaño, motor poderoso y altavoces ensordecedores que expanden decibelios por plazas, jardines y glorietas para mostrar la chulería de los usuarios y el cabreo de los paseantes. Hay quien apoda a los coches diskoteka con la sorprendente denominación de 'coches castillo', más que nada por el fantasma que suelen llevar dentro. Y, en efecto, el individuo conductor apoya el brazo en la ventanilla, gira el volante con la palma de la mano, peina cabellera hirsuta y engominada, luce el look de esa mirada con glamour que desprenden unas gafas falsas de Emporio Armani y te perdona la vida en el semáforo. A todo esto, sus altavoces retumban con un tecno pop apabullante y galáctico. Así que no pude más. Bajé la ventanilla de mi coche. Coloqué en la disquetera el DVD con los Conciertos de Celo y orquesta, de Haydn, y seleccioné el celo concerto nº 1 en C mayor con el volumen a tope. Los acordes se oían en tres kilómetros a la redonda. El tipo me miró sorprendido y no entendió que yo hubiera convertido mi coche en una sala de conciertos. Así que levantó el dedo corazón de su mano izquierda, para despedirme, y arrancó a toda pastilla. El pumba-pumba-pum de su coche diskoteka no fue capaz de imponerse a los acordes clásicos. Ni su dedo a mi mueca burlona.
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