Los arcos y columnas
pertenecen al porche de mi casa.
En él gozo la sombra,
el frescor de su aliento,
en ese instante duro
de treinta y cinco grados o cuarenta,
instante de venganza
para herir las cabezas y los huertos.
El porche impone límites a la línea del sol
que marca su fijeza matemática.
No parece materia
de cemento y ladrillos,
ni siquiera la piedra es algo material.
El porche me cobija como un padre,
entreabre los brazos de granito y madera
para ofrecer la veta silenciosa
que derrumba lo claro.
Hasta el porche se acerca
la intimidad y el ocio de los míos.
La tertulia transcurre como un arroyo último,
entre piedras y vino
y el platito pintado con almendras saladas.
Como un cuerpo es el porche,
que palpita y reposa.
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