Sin
ir más lejos, el Planeta. Descalificado, dicen los medianamente cultos. Una
mierda el Planeta, concedido de antemano y negociada su publicación con autor/a
que posea excelente capacidad de reclamo y que pueda asegurar ventas
millonarias. A lo más, lo leo pero no lo compro, oyes por ahí. (Encima, jeta
abusona). Sin embargo, edición miliejemplarizada, miles de ejemplares en
quioscos y escaparates, como rosquillos encuadernados, esa producción en masa
de la tahona editorial para abastecer las tendencias gastronómicas de los
adictos a la bollería lectora.
A
pesar de todo, si caes por cualquier ámbito funcionarial o docente puedes
escuchar conversaciones cultas tipo,
—Oye,
¿has leído el Planeta de este año?
—¿Yo?
Prefiero tragarme un programa de Jorge Javier Vázquez y su Sálvame Limón.
Y
así.
Desde
la afilada hendidura de la confusión, pregunto: ¿Quién lo lee si todo el mundo
se marca el farol de que no lo lee? ¿Quién lo compra si el personal afirma que
se lo prestan, afirmación que abunda en ese vergonzoso y oculto concepto del
préstamo atribuido a la pasamanería de las cintas porno? Así y todo, se asegura
que el Planeta vende. ¿A lectores ostentosamente cultos? ¿A eruditos gravemente
incultos? ¿A docentes fatigosamente hartos de páginas? ¿A agentes de la bolsa?
¿A sindicalistas empedernidos? ¿A la policía montada del Canadá? Es un
misterio. El misterio de la venta embrujada. Hay quien asegura, no obstante,
que si el Planeta vende doscientos cincuenta mil ejemplares de la primera
tacada, por algo será.
En
términos parecidos se asentaba la discusión que yo mantenía con mi suegro para
quien “Sálvame Limón" era un buen programa televisivo porque
poseía uno de los share más altos de audiencia. Y aunque mi cabezona
machaconería repetía centenares de veces que los millones de teledrogados no
justifican la calidad de un programa televisivo (ni los miles de lectores la
calidad de una obra narrativa), mi suegro se cerraba en banda y aseguraba con
esa certidumbre que se asienta en la evidencia que si tantos lo ven (o la leen)
por algo será. ¡Ah, esa amplitud inabarcablemente misteriosa del
indefinido!
Concluyo.
Solamente la patanería lectora (los críticos son pajas de otro pajar) o los
movidos por intereses editoriales, se atreven a calificar una obra
literaria con criterios extra literarios. Que así no sea.
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