viernes, 2 de febrero de 2018

El premio Planeta


Sin ir más lejos, el Planeta. Descalificado, dicen los medianamente cultos. Una mierda el Planeta, concedido de antemano y negociada su publicación con autor/a que posea excelente capacidad de reclamo y que pueda asegurar ventas millonarias. A lo más, lo leo pero no lo compro, oyes por ahí. (Encima, jeta abusona). Sin embargo, edición miliejemplarizada, miles de ejemplares en quioscos y escaparates, como rosquillos encuadernados, esa producción en masa de la tahona editorial para abastecer las tendencias gastronómicas de los adictos a la bollería lectora.
A pesar de todo, si caes por cualquier ámbito funcionarial o docente puedes escuchar conversaciones cultas tipo,
—Oye, ¿has leído el Planeta de este año?
—¿Yo? Prefiero tragarme un programa de Jorge Javier Vázquez y su Sálvame Limón.
Y así.
Desde la afilada hendidura de la confusión, pregunto: ¿Quién lo lee si todo el mundo se marca el farol de que no lo lee? ¿Quién lo compra si el personal afirma que se lo prestan, afirmación que abunda en ese vergonzoso y oculto concepto del préstamo atribuido a la pasamanería de las cintas porno? Así y todo, se asegura que el Planeta vende. ¿A lectores ostentosamente cultos? ¿A eruditos gravemente incultos? ¿A docentes fatigosamente hartos de páginas? ¿A agentes de la bolsa? ¿A sindicalistas empedernidos? ¿A la policía montada del Canadá? Es un misterio. El misterio de la venta embrujada. Hay quien asegura, no obstante, que si el Planeta vende doscientos cincuenta mil ejemplares de la primera tacada, por algo será.
En términos parecidos se asentaba la discusión que yo mantenía con mi suegro para quien “Sálvame Limón" era un buen programa televisivo porque poseía uno de los share más altos de audiencia. Y aunque mi cabezona machaconería repetía centenares de veces que los millones de teledrogados no justifican la calidad de un programa televisivo (ni los miles de lectores la calidad de una obra narrativa), mi suegro se cerraba en banda y aseguraba con esa certidumbre que se asienta en la evidencia que si tantos lo ven (o la leen) por algo será. ¡Ah, esa amplitud inabarcablemente misteriosa del indefinido!
Concluyo. Solamente la patanería lectora (los críticos son pajas de otro pajar) o los movidos por intereses editoriales, se atreven a calificar una obra literaria con criterios extra literarios. Que así no sea.

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