martes, 24 de mayo de 2016

RELATO DE LA ACTUALIDAD DE LOS ACTUALES

Me encontré con Severino McIntire Miranda en el Candilejas. Todavía conservaba la rubicundez de su ascendencia irlandesa y las orejas desabrochadas. Hacía siglos que no lo veía y nos saludamos con esa manera de estar como a medio camino entre la efusión y la reticencia. Lo encontré más gordo pero no más calvo; al contrario, lucía un corte de pelo informal y engominado que simulaba el descuido de no estar peinado. Por el traje, los zapatos y el reloj, deduje que no le iban mal las cosas. Trabaja en Barcelona para una empresa de informática y monta blogs de todas clases para comunicar ideas, opiniones y conocimientos. Por otra parte, muchos días sale a la calle con su máquina reflex electrónica con medición matricial 3D, sensor de autofoco de cinco zonas en cruz, tres modos de zona AF y funcionamiento de autofoco on Lock-On. Yo bizqueaba un poco ante tal abundancia de datos técnicos, para mí incomprensibles, y me preguntó si me pasaba algo en el ojo izquierdo. Le dije que no, que qué va, que a veces me entra en él una especie de picor repentino, sin duda nervioso, cuando mi capacidad de intelección no se encuentra preparada para afrontar datos profusamente técnicos. El seguía en sus trece de yoísmo y me aseguraba que era imprescindible una máquina de alta resolución electrónica para poder salir a la calle a poner en práctica el coolhunting, lo cual que le proporcionaba unas sustanciosas entradas en euros. Yo asentía sin saber en absoluto de qué me hablaba. Pero no fue necesario preguntarle. Con la velocidad verbal de quien se siente marcado por la diferencia, me dijo que salía a la calle y fotografiaba cuanto veía de interesante, inhabitual, desinhibido y cool. Después elaboraba un informe y lo vendía a las casas de moda para que éstas, a su vez, marcaran las nuevas tendencias en la próxima primavera o en el salón de otoño. Yo no salía de mi asombro y, a pesar del atontamiento que me producía su cháchara técnica, recordé que en los tiempos universitarios, y aun después, a Severino McIntire Miranda le había dado por escribir y leer. Leía tanto, que a veces padecía endurecimientos musculares en el brazo, que se le encogía, y teníamos que masajearlo para que recuperase su posición natural. En cuanto a escribir, tenía alguna novela y algún poemario inéditos que me hacía leer en las horas perdidas de los atardeceres. «Y de escribir, qué ¿lo dejaste?», le pregunté. Me miró con cara de lástima, o eso me pareció. «Leer y escribir son las ocupaciones menos rentables que pueden presentarse en tu vida», me respondió, «menos mal que supe darme cuenta a tiempo. ¿Sabes por qué se lee tan poco en España? Porque la gente quiere pasta, pasta fresca, cool, para el piso, el coche, las vacaciones y los güisquis de los viernes noche. Y la lectura no da nada.». No sé por qué en ese momento me pareció que aquel tipo había degenerado en un pobre imbécil. Era un imbécil corrupto de eurofilia. O sea, que ponía frente a frente el placer de la lectura y la rentabilidad económica. Pensaba el fulano que sólo tiene valor lo que puede hacerte rico y que lo demás son idioteces de cultura presumida. Hombre, pues tanta idiotez no será la lectura, dije, esta semana se ha celebrado en Cáceres el I Congreso Nacional sobre la Lectura para debatir, precisamente, su importancia e influencia en la sociedad. La persona que lee es más libre, adquiere cientos de referentes conceptuales que lo defienden contra la agresión diaria de la publicidad y los medios informáticos. La persona lectora disfruta de tal manera que aumenta su autoestima porque ‘sabe’ que posee elementos válidos para interpretar la realidad. No me hizo caso. Nos despedimos y se fue. Pagué yo las consumiciones. Los de por aquí somos así de cumplidos.

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