En
cualquier acción de progreso, no puede olvidarse la cultura. La cultura no consiste en saber mucho.
La cultura consiste en poseer el mayor número de referentes conceptuales para
interpretar la realidad de forma humanamente lúcida. El progreta posee tres
referentes conceptuales o cinco o diez y aunque técnicamente esté bien formado
(domina la navegación cibernética y conoce las triquiñuelas electrónicas y
técnicas, por ejemplo) interpreta la realidad de manera raquítica, uniforme y
única. El progresista, por el contrario, además de estar al día en los avances
técnicos y científicos, ha adquirido cincuenta o setenta o cien o mil
referentes conceptuales que le ayudan a una interpretación generosa, pluriforme
y flexible de la realidad. El progresista realiza la acción de conjuntar
ciencia, tecnología y cultura: la ciencia y la tecnología, para progresar en la
posible solución de las deficiencias humanas; la cultura, para defenderse del
asedio al que es sometido diariamente por los lavacerebros y otros lepidópteros
de la fauna urbana . El progreta, en cambio, piensa que con sólo la ciencia y
la tecnología se encarama uno en la cima del progreso. Esta actitud entraña un
peligro subliminal y constante: el de encontrarse indefenso ante la continua
agresión con que lo bombardea la publicidad (millonariamente técnica y
científica) y la información mediática, halagándolo y haciéndole creer que la
tiene lisa porque de vez en cuando se la embadurna de modernidad y de progreso.
Y el tipo va y se lo cree. No dispone de los referentes necesarios para montar
su propia defensa. Es la riada de la progretura. Los cráneos privilegiados que
dirigen los destinos de los hombres, rellenan al personal de tecnología y de
ciencia para asustar a los patanes. Buenos técnicos, pero ciudadanos incultos.
Tal vez ahí es donde subyace la perversidad del sistema porque se me ocurre
pensar que un hombre inculto es más fácilmente manipulable, por no decir más
fácilmente gobernable, por muy buen técnico que sea. Además de proporcionar una futura mano de obra
cualificada y tal vez barata. Así que la progretura lucha con ahinco para
atontecer al personal. Se vale del poderío mediático y de la difusión del
horterismo. Hay que esterilizar las ideas. Hay que tirar a repañinas
preservativos ideológicos para que el gentío no piense. Un hombre solamente es
peligroso cuando desarrolla reflexivamente su capacidad de pensar.
En fin,
el progreta se considera progresista (no quiere decir que lo sea) por el simple
hecho de vivir en el segundo milenio, inmerso en el oleaje de un
disimulado consumismo, en la trampa de la sedicente libertad y en el coro
sabihondo del monorraíl mental. Así lo creyó hace más de doscientos años el
Abbé de Saint-Pierre, ilusionado con una idea del progreso utilitaristamente
prohumana. Llegó a afirmar que monumentos artísticos como Notre Dame
tenían menos valor que un puente o una carretera. La historia no le ha hecho ni
puñetero caso.
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