jueves, 7 de mayo de 2015

PROGRETURA VS PROGRESO

En cualquier acción de progreso, no puede olvidarse la cultura.  La cultura no consiste en saber mucho. La cultura consiste en poseer el mayor número de referentes conceptuales para interpretar la realidad de forma humanamente lúcida. El progreta posee tres referentes conceptuales o cinco o diez y aunque técnicamente esté bien formado (domina la navegación cibernética y conoce las triquiñuelas electrónicas y técnicas, por ejemplo) interpreta la realidad de manera raquítica, uniforme y única. El progresista, por el contrario, además de estar al día en los avances técnicos y científicos, ha adquirido cincuenta o setenta o cien o mil referentes conceptuales que le ayudan a una interpretación generosa, pluriforme y flexible de la realidad. El progresista realiza la acción de conjuntar ciencia, tecnología y cultura: la ciencia y la tecnología, para progresar en la posible solución de las deficiencias humanas; la cultura, para defenderse del asedio al que es sometido diariamente por los lavacerebros y otros lepidópteros de la fauna urbana . El progreta, en cambio, piensa que con sólo la ciencia y la tecnología se encarama uno en la cima del progreso. Esta actitud entraña un peligro subliminal y constante: el de encontrarse indefenso ante la continua agresión con que lo bombardea la publicidad (millonariamente técnica y científica) y la información mediática, halagándolo y haciéndole creer que la tiene lisa porque de vez en cuando se la embadurna de modernidad y de progreso. Y el tipo va y se lo cree. No dispone de los referentes necesarios para montar su propia defensa. Es la riada de la progretura. Los cráneos privilegiados que dirigen los destinos de los hombres, rellenan al personal de tecnología y de ciencia para asustar a los patanes. Buenos técnicos, pero ciudadanos incultos. Tal vez ahí es donde subyace la perversidad del sistema porque se me ocurre pensar que un hombre inculto es más fácilmente manipulable, por no decir más fácilmente gobernable, por muy buen técnico que sea. Además de  proporcionar una futura mano de obra cualificada y tal vez barata. Así que la progretura lucha con ahinco para atontecer al personal. Se vale del poderío mediático y de la difusión del horterismo. Hay que esterilizar las ideas. Hay que tirar a repañinas preservativos ideológicos para que el gentío no piense. Un hombre solamente es peligroso cuando desarrolla reflexivamente su capacidad de pensar.
En fin, el progreta se considera progresista (no quiere decir que lo sea) por el simple hecho de vivir en el segundo milenio, inmerso en el oleaje de un disimulado consumismo, en la trampa de la sedicente libertad y en el coro sabihondo del monorraíl mental. Así lo creyó hace más de doscientos años el Abbé de Saint-Pierre, ilusionado con una idea del progreso utilitaristamente prohumana. Llegó a afirmar que monumentos artísticos como Notre Dame tenían menos valor que un puente o una carretera. La historia no le ha hecho ni puñetero caso.


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