Tal vez la religión, como ideología, sea el opio del pueblo, un opio
inodoro, incoloro e insípido, hoy día. Pero el laicismo, como ideología, es el
actual opio del pueblo, un opio aromático, irisado y sabroso que promete la
salvación ciudadana. En aras de la libertad. “Estatolatría”, lo llama Raúl del
Pozo. Sorprendente. Ahora que avergüenza menos ondear la bandera del partido en
una manifestación que portar el estandarte de la cofradía en una procesión,
ahora, digo, que se aturde al personal con el pregón de las promesas
democráticas, ahora se sustituye un opio por otro. Apenas quedan santos a los
que venerar. Abundan sin embargo ídolos mediáticos (o políticos) a los que
adorar. Y va la gente y se lo cree. Libertad de expresión. ¿Por qué la
expresión de determinadas libertades constituye un opio infumable mientras que
la expresión de libertades oficiales se acepta como opio fumable? Es mentira la
validez de un opio y la inutilidad del otro. El opio siempre atonta.
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