Esta primavera, convertida en verano adelantado y agobiante, florece entre mítines, carteles y promesas electorales tal como en las orillas de los regatos eclosionan las pamplinas y los pañalitos. Con la
diferencia de que en las promesas parpadea el amarillo brillante de la mentira y en
las pamplinas y pañalitos revienta la savia nutricia. Con tanta promesa, esta primavera está vacía
de realidades y sentimientos. El segundo terremoto de Nepal en pocos días ha hundido en la muerte y en la nada a todas esas personas a las que les ha tocado la china. Estamos tan vacíos de
sentimientos que incluso los informadores se trastuecan y perturban con las
heridas de la primavera. Ayer, en algún noticiario televisivo, escuché la noticia de que estaban organizándose nuevos recursos para ayudar a estas "catástrofes humanitarias". Hombre, no creo que los periodistas sean tan ignorantes. O quizá lo sean
cuando utilizan la expresión de «catástrofes humanitarias». El concepto de
‘humanitario’ significa algo que se refiere al bien del género humano, cosa que
es esencialmente imposible en cualquier catástrofe. Si lo de «catástrofes
humanitarias» lo repiten una y otra vez telediarios y boletines de noticias,
advierto a los desavisados que, con ello, están expresando justamente lo
contrario de lo que quieren decir: lo 'humanitario' tiene como finalidad aliviar
los efectos que causan las desgracias en las personas que las padecen, alivio
imposible si va unido a una catástrofe. Una catástrofe no puede ser humanitaria. Las catástrofes sólo pueden ser
humanas; las ayudas sí pueden ser humanitarias.
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