martes, 26 de mayo de 2015

OH, LA TELE, ¿HABRÁ QUE APAGARLA?

Si tiene usted las agallas que hay que tener para tragarse un telediario completo, habrá advertido que las intenciones de quienes nos ‘echan’ las noticias (que son la alfalfa del borreguío televidente) persiguen, a mi parecer, un fin: que el gentío tiemble de miedo. Un 40 % de la información expone a diario tragedias, asesinatos, maltrato físico, violencia de género, accidentes de tráfico, devastaciones climatológicas, dolor y muerte. El 60 % restante se divide entre deportes, política económica y publicidad.
Michael Moore, el del documental “Bowling for Columbine” que hizo tanta pupa, dijo que los medios procuran que tengamos miedo. «Animo a la gente a que apague la tele porque nos están triturando el cerebro». Apagar la tele. ¿Y entonces? Hablar o leer. Hablar con la familia resulta fastidioso porque hoy no se habla, se discute. Mejor ver la tele. Leer es insoportable. Un aburrimiento pertinaz que carga la vista e hincha la cabeza. La lectura es para los letraheridos. Mejor ver la tele. Y el gentío se distrae zapeando. Más miedo. Los programas matutinos, orlados de atractiva publicidad doméstica, meten el miedo en el cuerpo con la cosa del colesterol, la hipertensión, los ácidos biliares y la celulitis. Los programas vespertinos exponen las lágrimas de la señora que ha perdido a su hijo, o que se le ha inundado la casa, o que padece cáncer de colon, o que se ve obligada a subsistir con 327 euros, o que ha sufrido un atraco, o que han violado a su hija. Y así. Ese cúmulo de desgracias, esparcidas por los espacios televisivos como quien esparce abono, eleva la adrenalina y produce una honda satisfacción contradictoria, el hallazgo del gusto en la desgracia. No, mister Moore. El gentío no tiene el cerebro triturado por la tele. El gentío disfruta con la tele, su tabla de salvación. Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, dijo Arquímedes. La tele. El punto de apoyo.

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