Hoy va la cosa de exposición erudita y así. Desde que los teólogos
medievales empezaron a rizar el rizo de los ángeles, se ha escrito de ellos
afirmando o negando su existencia, agrandando la infinitud de su número, diferenciando
sus categorías, describiendo su rebelión antidivina y, en fin, presentándolos
superiores a los hombres. Leibniz y Kant, achispados sin duda por el
alcohol de sus disquisiciones, afirmaron que no puede existir un espíritu
activo sin cuerpo, razón por la que se lo atribuyeron a los ángeles. Y Eugenio
D’Ors, partidario de la palabra como encarnación del concepto, tuvo su
particular explicación para la angelología. Según él, todos tenemos un ángel
(supongo que no será el custodio) porque el hombre es cuerpo, alma y ángel. Son
ideas culturalistas, propias de la
estética d’orsoniana. Quizás Mario Benedetti, probablemente influido por la
encarnación del concepto en la palabra, escribe que los ángeles hacen el amor a
través de las palabras, porque lo que es de sexo, nada, lo que constituye una
“lamentable carencia de información”.
Así que nadie sabe nada del sexo de los ángeles. (Los sabios bizantinos
se pasaban las horas muertas discutiendo el asunto).
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