jueves, 12 de febrero de 2015

DEL OLVIDO Y LA MEMORIA

Lo digo por nosotros, que mira que somos frágiles de memoria a pesar de que no sufrimos la Logse en nuestros años de estudios, le dije al conocido de toda la vida. Cómo es eso, me dijo, Qué, le dije, Lo de la fragilidad de la memoria y la Logse, me dijo, Porque una de las principales corrientes conductistas aplicadas a la Logse, le dije, propugna que lo importante en la educación es el desarrollo de capacidades y actitudes, y que la memoria, en tanto en cuanto ayuda a la adquisición de contenidos conceptuales, tiene que ser desatendida porque el aprendizaje de los conceptos —aprendizaje memorístico de conceptos, dicen— vale para poco a futuros ciudadanos responsables, europeos y libres. No es de extrañar que los adolescentes actuales pasen del tratamiento y cultivo de la memoria como pasan del pescado hervido y del rayado de zanahorias. Nosotros, por el contrario, no. Nosotros, en aquellos tiempos, soportamos una enseñanza memorística full time que quizá desarrolló nuestra previsión léxica pero que recortó nuestra capacidad de interpretación del entorno. Y así, nos sabíamos de memoria el Cum subit illius de Ovidio y fragmentos de la Epistola ad Pisonnes de Horacio, la lista de pretéritos y supinos irregulares latinos que no tenían nada que envidiar a la de los irregulares ingleses, y series de poemas de autores clásicos con los que nos ejemplificaban el aprendizaje de las estrofas de la métrica castellana. De memoria las valencias químicas y las fórmulas matemáticas, y nada de calculadoras y otras máquinas: todo el cálculo a base de papel y lápiz, que así calculaba uno como un lince (si es que los linces calculan, que no creo).
Pues bien, a pesar de todo nuestro desarrollo memorístico, somos frágiles de memoria. Y digo lo de la fragilidad porque, parece mentira, hemos olvidado que nosotros también fuimos adolescentes. Todos hablamos mal de la juventud, gandules, egoístas, obsesivos, comodones, pichuleros, lo del botellón y todo eso. Existe una lucha solapada, oculta y recóndita contra las actitudes y comportamientos de los jóvenes. No se tolera de buen grado que, por ejemplo, les guste ‘su’ música. Para ellos, los músicos, es decir, la gente de su edad que se dedica a la música, son los artistas más expresivos y alucinantes que hay. No se acepta que la naturalidad sea su bandera. Las chicas aparecen como diosas juveniles, los rizos definidos y sueltos, controlados y dulces. Aparecen como deidades corpóreas, esa melena viva y destellante que se alarga al viento cosificando la belleza. Aparecen con el aire andrógino de una galaxia incierta cuando muestran un corte de cabello desenfadado y provocante. Aparecen con sus bolsos de estudiada bandolera como si en su interior guardasen todo el misterio del mundo. Aparecen resueltas y ágiles, decididas a defender su espacio vital, a luchar para que la rutina no perfore su vida. Los muchachos nos muestran el fulgor de la vida, la vida dominada en un impulso, en una voz, en una respuesta, en un bostezo. Los muchachos nos miran con una sabiduría personal, de personas adultas, una sabiduría que procede al revés, de abajo arriba, una sabiduría en la que los pocos años dominan a los muchos: es la sabiduría de un silencio impuesto, quizá, por el hastío que les produce nuestro modo de vida acomodado, perezoso y repleto. Los muchachos menosprecian nuestro resentimiento, nuestro chándal dominguero, nuestra suficiencia, nuestra rutina vital y nuestras discusiones políticas.
Vuelvo al principio y a la fragilidad de la memoria. Nosotros también fuimos adolescentes. Reprimidos, tal vez, pero adolescentes. ¿Qué hubiéramos hecho de tener televisión, ordenador, móvil, whatsapp, facebook, twitter, permiso casi siempre no consensuado, pero permiso, para regresar a casa de madrugada? No, queridos padres, no salgo de correría nocturna porque quiero ser el día de mañana una persona de provecho: ni el repelente niño Vicente hubiera adoptado tal actitud mefítica. Así que, influidos (nosotros) por la imbecilidad comunicativa de algunos medios de adoctrinamiento de massasssss, hemos llegado a creer que los jóvenes son tal como nos los presentan en determinadas e interesadas series televisivas. Somos tan beocios, los adultos, que simplemente, con la simpleza del simple, atribuimos a los jóvenes la negatividad de unas cualidades que son eso, negativas, por el hecho de no ser las que a nosotros nos adornan, juá, juá. Botellón, piercing, transgresión, gamberreo, móvil y ‘ciber’. Esa es su vida. ¿Y la nuestra? Cuando nosotros dejemos, arrepentidos y perplejos, los vinos y el chateo, la cerveza y las tapas, tan ricas, las cenas fin de semana (ellos, mientras tanto, solos), los whiskyes alternativos en el pub de copas hasta las tantas, el consumismo indiscriminado, las deslumbrantes películas DVD, el podio de la música, las mejores cintas  porno, el perfume de la sensualidad acristalada, las gafas con montura de titanio y las pollas en vinagre, cuando nosotros dejemos todo eso, sólo entonces podremos ponernos de uñas con los jóvenes y criticar e incluso reprender sus actitudes.
  


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