Las presentes líneas constituyen una simple opinión. Si algún cagaleches, o pelopolla o pingaflor, se sienten aludidos, es su problema, no el mío. Porque una cosa es hojear y otra es leer. Mientras que, como
es obvio, hojea quien pasa las hojas, no lee, sin embargo, quien se limita a
pasar los ojos. Para leer, hay que entender lo que se lee, e interpretarlo. Y
para interpretar lo leído se necesitan referencias conceptuales. Es lo que la
gente llama cultura. Una persona que mediante sus estudios o lecturas adquiere
conocimientos diversos y múltiples, alcanza probablemente un conjunto
importante de referentes conceptuales que quizá le ayuden a interpretar la
realidad con más probabilidades de aproximación objetiva, o de acierto, que
aquélla que carece de tales referentes. Del mismo modo, quien posee un número
elevado de referentes científicos, humanísticos, artísticos, literarios,
económicos o deportivos, por citar algunos, interpreta lo que lee con
mayor sensatez que quien posee un número reducido de dichos referentes. En
resumen, una persona culta —cultivada, enriquecida por sus referentes
conceptuales— interpreta mejor lo que
lee que otra inculta —empobrecida conceptualmente por su carencia de referentes—.
Es lo de la competencia o incompetencia lingüística. Pero no es cosa de
comentarlo ahora.
De ahí lo del título: (in)cultura lectora. El personal se
considera culto por el hecho de leer, incluso por el hecho de pasar las hojas. ¿Cuántos
poseen la conveniente capacidad conceptual como para interpretar, con
suficiente y abundante flexibilidad mental, lo que leen? Fin.