lunes, 10 de marzo de 2014

EN HONOR DE RAINER MARÍA RILKE

En un cuaderno viejo, conservo impresiones de mis lecturas. Ahora que algunas editoriales lo reeditan, pues a mí me viene como el recuerdo. Cuando leí a Rilke, hace tantos años, escribí lo siguiente:




PUDIERA BIEN DECIROS que salía de noche
para enhilar palabras detrás de las estrellas
que en realidad ni estrellas eran ni represalias
del propio cuerpo mío, ni tan calientes goces,
¡qué más quisiera yo!, capaz de sensaciones
posibles entre ambos, dueño sería del mundo.

Por eso, se me antoja que es recto proceder
la ilimitada entrega de ellas a mi deseo
meramente pensado, esa entrega suave,
como miel es su entrega. Y siempre constituyen
las palabras huidizas como ciervas heridas
un existente inscrito en el tiempo de mí
o en el tiempo de ellas o en el ciclo de ambos.

Germina en las entrañas de cada ser la muerte
como el hueso germina dentro de cada fruto,
aunque Orfeo describa por medio de sonetos
el espacio interior cósmico, universal,
sensible y alejado, de Malte Laurids Brigge:
el cadáver que crece dentro de cada uno
por mucho que perfume su rostro con loewe,
con el perfume erótico de la publicidad.

Oh, la vida vacía, preguntádselo a Rilke,
canto de amor y muerte del corneta. Ficticios
los mensajes en torno a las palabras fáciles.

No sé si llegará el día en que los versos
se estremezcan al verme: ellos son plenitud,
ellos son. Yo creía —pido perdón a Schiller—
que el germen de la vida falsamente perfecto
me engendraba palabras inmortalmente vivas.


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