martes, 4 de febrero de 2014

MICRORRELATO DEL CURA LOCO

No era Castellani el cura loco. Pero se le parecía. El cura loco salió velozmente de la sacristía y se fue a buscar a otros curas locos. Encontró a cuatro y se juntaron cinco curas locos. Cada uno enarboló un crucifijo y llenó un calderillo con agua bendita. Mientras desfilaban por las calles de Madrid, los curas locos entonaban con voz estentórea la letanía de los santos (en latín). Los viandantes les permitían el paso, se hacían a un lado y los miraban con aprensión. Cuando los curas locos llegaron a la calle de la Palma, se agazaparon entre los coches. Allí esperaron vigilantes. En el momento en que pasaron dos activistas de FEMEN, torsos desnudos y bocas vociferantes, los cinco curas locos las rodearon estrechamente. Acto seguido, las forzaron a besar el crucifijo. Ellas se resistían porque no querían besar cosas que jamás habían besado. Los curas locos, enfurecidos, les aguachinaron la cabeza con agua bendita y alguno, más loco todavía, pretendió hacérsela beber.
—Esto es un ataque intolerable a la dignidad de la persona, ataque que no puede permitirse en una sociedad democrática, europea y libre —manifestaron al día siguiente los titulares de algunos periódicos.
Y todo quedó en eso.

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