Este rollo patateramente erudito viene a cuento de que hace pocos años,
oh lector, leí en un diario de tirada nacional que «doce profesores y
quinientos alumnos acaban de pasar una semana en la Universidad de Huelva
debatiendo sobre lo escatológico». Sobre la mierda, vamos. La mierda sienta
cátedra, decían los titulares en negrita tipo 26. Bien está. La palabra tabú
empieza a aparecer impresa y todo el amplio campo semántico que la rodea
(cagar, cagalera, cagarruta, cagadero, cagancha, cagada…) invade los diversos
estratos sociales y los interlocutores se dejan en paz de eufemismos y lindezas.
Siguiendo la docencia de la
Universidad de Huelva no dudes, oh lector abnegado, que
llegará el momento en que las Señorías del Congreso pidan permiso para
ausentarse de la sala por apretujones de cagalera y que el señor presidente de la Cámara los
autorice con un sonoro ‘puede su señoría irse a cagar’. Al fin y al cabo, el
término no puede parecer grosero en el contexto del hemiciclo nacional dada la
considerable cantidad de mierda que a diario se sueltan ad invicem los señores diputados. No hay más que recordar la sesiones matutinas en las que se debaten cuestiones trascendentales tipo crisis, Bárcenas dinero negro, ere's y todo el tinglado político. Pataleos, abucheos, insultos y
descalificaciones. Las sesiones mantienen las características de una olorosa (escatol) cagada.
¡Viva la libertad verbal!
Desde luego la mierda que suelta un ser humano cuando evacua fisiológicamente es algo natural y no hay nada indigno en hacerlo saber a los demás (el caso de sus señorías del Congreso). Lo que no es tan natural y digno cuando esta clase suelta su "mierda" en la Cámara, en sus trapicheos o en su vida desvergonzada. Esa sí que es una mierda, pero ¡una mierda!
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