sábado, 19 de noviembre de 2016

MORALINA SOBRE LA CALIDAD

Hay veces en que la calidad se aplica a entidades reales y adquiere, en estos casos, difusos límites concretos que proporcionan algunos  parámetros (?) de identificación. Y así, marujonas y culebroneras otorgan el voto de aceptabilidad cualitativa al producto que aparece magnificado en el bodrio de la publicidad televisiva, de manera que cuanto más les zurran la badana con el anuncio, mayor calidad otorgan al producto. Y así, culimajos y repeinados difunden orgullosamente su criterio de verificación de la calidad a través de los «kilos» que se han gastado en la adquisición del coche: a más kilos, más orgullo cualitativo («common rail», EDC y todo eso). Y así, yo mismo. Voy y me compro unos zapatos, por ejemplo. Y resulta que los ciento siete euros escuecen menos si el producto es de calidad: dispone de piso cosido a mano en lugar de aparecer pegado a presión.
La dificultad, insisto, radica en afirmar criterios para reconocer la calidad aplicable a las abstracciones, como el arte, la literatura, la enseñanza.
Por todas partes se alzan voces exigiendo una enseñanza de calidad. Sería maravilloso conseguirlo. Pocas voces, sin embargo, exponen de forma imparcial ( y lúcida) en qué consiste la calidad en la enseñanza. Si acudes a cualquier foro docente, apreciarás maravillado que existen tantas opiniones sobre la calidad de la enseñanza como asistentes al acto, y aún más, porque algunos emiten opiniones diferentes según hablen al principio o al final. Y así, los enchaquetados, e incluso encorbatados, afirmarán con contundencia que la disciplina y la vuelta a los conocimientos de siempre constituyen la base imprescindible para desarrollar una enseñanza de calidad. Los enjerseizados y entrencados, por el contrario, afirmarán con solvencia que la tecnología, los ordenadores y las conexiones a Internet definen los itinerarios educacionales actuales, y no otros. Los barbudos y encoletados expondrán con displicencia que solamente el progreso y sus referentes finiseculares pueden capacitar una enseñanza de calidad dentro de un acuerdo marco docente y pluralista. En fin, alguien habrá que, empecinado en su peculiar concepto de la calidad, alabe el uso de material específico en el que sobreabunden diapositivas de penes, vulvas, pubis y cavidades vaginales, como si la idea cultural del progreso estuviera irremisiblemente ligada a las pelambreras de las ingles y de los sobacos o a las dimensiones y hechuras de las diferencias heterosexuales.
Y aunque algún lector más simpático que conspicuo piense que yo solo expongo hechos y no aporto soluciones, ahí queda esta moralina sobre la calidad educativa para su estudio.

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