Hay
veces en que la calidad se aplica a entidades reales y adquiere,
en estos casos, difusos límites concretos que proporcionan algunos parámetros (?) de identificación. Y así,
marujonas y culebroneras otorgan el voto de aceptabilidad cualitativa al producto
que aparece magnificado en el bodrio de la publicidad televisiva, de manera que
cuanto más les zurran la badana con el anuncio, mayor calidad otorgan al
producto. Y así, culimajos y repeinados difunden orgullosamente su criterio de
verificación de la calidad a través de los «kilos» que se han gastado en la
adquisición del coche: a más kilos, más orgullo cualitativo («common rail», EDC
y todo eso). Y así, yo mismo. Voy y me compro unos zapatos, por ejemplo. Y
resulta que los ciento siete euros escuecen menos si el producto es de
calidad: dispone de piso cosido a mano en lugar de aparecer pegado a presión.
La
dificultad, insisto, radica en afirmar criterios para reconocer la calidad
aplicable a las abstracciones, como el arte, la literatura, la enseñanza.
Por
todas partes se alzan voces exigiendo una enseñanza de calidad. Sería
maravilloso conseguirlo. Pocas voces, sin embargo, exponen de forma imparcial (
y lúcida) en qué consiste la calidad en la enseñanza. Si
acudes a cualquier foro docente, apreciarás maravillado que existen tantas
opiniones sobre la calidad de la enseñanza como asistentes al acto, y aún más,
porque algunos emiten opiniones diferentes según hablen al principio o al
final. Y así, los enchaquetados, e incluso encorbatados, afirmarán con
contundencia que la disciplina y la vuelta a los conocimientos de siempre
constituyen la base imprescindible para desarrollar una enseñanza de calidad.
Los enjerseizados y entrencados, por el contrario, afirmarán con solvencia que
la tecnología, los ordenadores y las conexiones a Internet definen los
itinerarios educacionales actuales, y no otros. Los barbudos y encoletados expondrán con displicencia que solamente el progreso y sus referentes
finiseculares pueden capacitar una enseñanza de calidad dentro de un acuerdo
marco docente y pluralista. En fin, alguien habrá que, empecinado en su
peculiar concepto de la calidad, alabe el uso de material específico en el que
sobreabunden diapositivas de penes, vulvas, pubis y cavidades vaginales, como
si la idea cultural del progreso estuviera irremisiblemente ligada a las
pelambreras de las ingles y de los sobacos o a las dimensiones y hechuras de
las diferencias heterosexuales.
Y
aunque algún lector más simpático que conspicuo piense que yo solo expongo hechos y no aporto soluciones, ahí queda esta moralina sobre la calidad educativa para su estudio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario