martes, 21 de junio de 2016

EL 26-J VEREMOS EL DAÑO QUE NO CESA

Es evidente que los acontecimientos en los que actualmente se mueve la sociedad política están causando (y pueden causar) un daño enorme a la democracia. Existe una penalización conceptual de la ciudadanía a la democracia. Pena de daño. O lo que es lo mismo, separación y distancia, disociación, privación. Cuando existía el infierno (lo digo porque dicen que ya no existe puesto que no es ‘un lugar’, lo cual que no deja de ser una broma pesadísima, tantos siglos asustando al personal para nada), se disponía en él de dos clases de penas: pena de daño y pena de sentido. La de sentido consistía en achicharrarte como pollo asado sin que el achicharramiento acabase jamás. La de daño consistía en permanecer para siempre (eternidad) separado de Dios, privado de su visión beatífica. El castigo infernal consistía, fundamentalmente en la pena de daño, por ello los teólogos medievales, confeccionadores minuciosos de tal doctrina, llamaron ‘damnati’ a los que iban a parar de cabeza al infierno. No dejaba de ser una idea, aceptada como realidad. Era una interpretación del ser, curiosamente adelantada en años a la teoría de la ciencia, de Fichte, cuando establece la idealidad como realidad.

Tomando por los pelos el asunto del daño, ¿qué otra cosa hacen los políticos sino condenarnos a la pena de daño? La sociedad va separándose de ellos, y día vendrá en que muchos, quizá la mayoría de los ciudadanos, prefiera el alejamiento y la privación de su presencia. La corrupción política y, sobre todo, urbanística, trae de uñas al personal. Si unos atribuyen a dos ex alcaldes madrileños del PSOE el ingreso de unos milloncejos en Andorra, otros cazan a un concejal del PP que dice, el tío: «De los 30.000 millones yo quiero mi 11 %, tú me das la pasta y yo me piro». En plan mafioso, tú. Y en este plan por todas partes. ¿Cómo los representantes de la democracia pueden ser antidemócratas, según se desprende de los hechos? El guirigay belicoso que azota a los partidos políticos es un ejemplo de daño. Resulta que la democracia, en estos casos, se convierte en un extraño sistema que no genera demócratas. Y pretenden que el 26-J acudamos a las urnas.

viernes, 17 de junio de 2016

SE APROXIMAN LAS ELECCIONES DEL 26-J

De qué otra cosa va a hablar uno si no es de la política, háganse cargo, no digo hablar de política sino hablar de la política, clavada la utilización del determinante ‘la’, con todos los rigores de la determinación, un ‘la’ que actualiza la idea abstracta que se suele tener de la política, hablar de política es una generalización que puede referirse a todos los procesos políticos que se encuentren, se hayan encontrado o se puedan encontrar, hablar, sin embargo, de ‘la’ política, concreta el proceso a que nos referimos y lo actualiza a este momento, a esta situación, a esta España nuestra de ahora mismo (Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias). Así que de qué otra cosa va a hablar uno si no es de 'la' política, estos días tan politizados, tan polinizados de política, tan provocadores de alergias y estornudos y moquilleo políticos, tan propios de individuos que, sensibilizados ante la sustancia política, reaccionan después ante ella de una manera exagerada. Y ocurre que los anticuerpos frecuentemente permanecen en la circulación social, con lo que aparece una especie de urticaria provocada por los medicamentos políticos (quiero decir medicamentos recetados por los políticos, no me refiero, evidentemente, a que los medicamentos sean políticos de por sí). No para ahí la cosa, porque si los anticuerpos se fijan en determinados tejidos, hay tantos, tejido familiar, tejido educativo, tejido económico, tejido religioso, tejido homoerótico, tejido industrial, tejido de pensiones, tejido agrícola, tejido de autonomías e independencias, tejido de mujer trabajadora, tejido de violencia de género, tejido de terrorismo, tejido militar, tejido de culebroneras, culifinas y culimajos, tejido de televisión analfabeta y culigorda, tejido deportivo con su dopaje y sus engañifas, tejido de salsas rosas y grasientas, decía que si los anticuerpos se fijan en determinados tejidos la liamos gorda, porque aparece entonces una alergia tisular que se manifiesta en erupciones y en eccemas que dejan la piel social y ciudadana convertida en un desastre enrojecido en el que la comezón no deja de levantar manos y pancartas y el picor insoportable no deja de abrir bocas y de lanzar invectivas, insultos y descalificaciones. Y eso si, en determinados estamentos, no entra además asma bronquial y problemas digestivos y hasta oculares y nerviosos, que también son reacciones peculiares desencadenadas por alérgenos (políticos). La política. La cosa política. En qué ha quedado la política. Si dijera que odio la política, tal vez más de uno se llevaría las manos a la cabeza y me señalaría ferozmente con el dedo, como a individuo peligroso y oscuro. Sin embargo, creo que sí. Odio la política. Es decir, odio el conjunto de hechos, el entramado a través del cual quieren hacernos creer que ‘eso’ es la política. Y aunque ya lo he escrito en otras ocasiones, voy a repetirlo: Antifón proclama que es lícito traspasar la ley: se puede hacer tranquilamente con tal que nadie lo advierta. 

miércoles, 1 de junio de 2016

LA IRRITACIÓN DEL CIUDADANO

Pasea uno la acera, entra en el bar, se sienta en el parque, consume en Mercadona, en fin, realiza esas tareas diarias de ciudadano probo que son casi de obligado cumplimiento. 
Y en todas partes igual. Más de lo mismo. El personal anda irritado. Cabreado. Harto. 
Una grave sensación de inestabilidad social aletea sobre las cabezas. 
Alguien (o algunos, léase Rajoy, Sánchez, Iglesias, Rivera) de no se sabe donde, le toma el pelo desconsideradamente. 
Alguien olvida que el gentío es la fuente de los votos. Una fuente, ay, de la que se bebe el día de las elecciones pero que se tapona inmediatamente después. 
Así que ya te digo, el personal anda harto de que quieran darle gato por libre, lo que equivale, en el fondo a una burla. Tal vez provocada por las circunstancias. Pero burla, aunque sea involuntaria. Por algo algunas encuestas confirman la sensación desconfiada  de la ciudadanía para quien los políticos se han constituido en verdadero problema por detrás del paro y de la crisis.