Yo debo de ser un inconformista cósmico porque, según dicen, todo me
parece mal. Dicho de otro modo, quizá no pueda haber un listo y noventa y nueve
tontos dentro de la centena de cráneos que pueblan cada metro cuadrado de fauna
urbana. Yo pienso que sí, aún a riesgo de parecer un extraterrícola
autosuficiente, emancipado de las aceras. Porque vamos a ver: si la aptitud
para el razonamiento estuviera tan extendida como lo está la capacidad para el
asentimiento, apenas habría tontos. Pero la cosa no es así. Resulta fácilmente
comprobable la verificación de que el personal, a estas alturas del progresismo
milenarista, no razona sino que asiente. Basta que la publicidad le coloque el
producto a tiro de supermercado, por ejemplo, para que la grey se apresure a
adquirirlo sin atenerse a razones cualitativas, movida por un impulso
aquiescente que la precipita al enganche del carrito sin atenerse a reflexiones
previas. Y no sólo yo debo de ser un inconformista cósmico, como te decía,
también deben de serlo los columnistas, colaboradores, críticos y otros
plumíferos, en general, que ponen a parir la perversidad estética de los
programas televisivos, amén de su degradación ética, su vulgaridad poética, su
publicidad cosmética y su presentación patética (disculpa el sinsentido
semántico y las esdrújulas). Sin embargo, el gentío no les hace caso y se
afianza en el asentimiento ciego. Y acepta la bondad intríseca de tales
abominables programas como si en ello le fuera la vida. Y si se te ocurre
dártelas de listo en la cena del viernes con los amigos, pobre de ti. Te acosan
a manotazos verbales, como a la avispa que incomoda la olorosa suavidad de las
chuletillas de cordero. Y argumentan: «Pues no serán tan malos los programas. Si
todo el mundo los ve, por algo será». Definitivo. El razonamiento es tan
apodícticamente definitivo que permaneces mudo, mudo y contrito, pensando en
ese pozo de prioridades escondidas en la contundencia del algo, pensando
en la terrible cueva de Alibabá cuyos tesoros televisivos encierra esa puerta
enigmática del neutro indefinido: por algo será. Así que, amigo, no
tienes más remedio que aplicarte a las chuletas y al Tentudía, y dejar para
otra ocasión lo de abrir el pico en favor del raciocinio.
No pretendo tener razón. Lo que para mí es acertado, puede ser desacertado para otros.
miércoles, 27 de abril de 2016
viernes, 22 de abril de 2016
CONFUSIONES
(Publiqué este artículo en el HOY hace doce años. Puede ser una metáfora de los aconteceres de hoy día).
CONFUSIONES
JUAN GARODRI
—Qué lucidez —dicen unos.
—Qué ingenuidad —dicen otros.
Entras en el bar, fuente no tan viciada de opiniones, y el personal dice
eso, qué lucidez, qué ingenuidad.
Leire Pajín, carita rechoncha de muñeca pintada y chochona, ella, tan
joven y tan peripuesta, tan secretaria de Estado de Cooperación (bien podían
explicarnos en qué consiste la cosa), ella, Leire Pajín, aparece en la pantalla
televisiva hablando de la transición pacífica en Cuba y va y dice que «los
españoles tienen una relación con el pueblo cubano histórica».
—Tiene más razón que un santo —afirma un conforme. Siempre ha mantenido
España una relación fluida con Cuba que puede considerarse histórica por
mantenerse a lo largo de varias centurias (obviedad).
—España con Cuba —dice un discordante—. Pero no España con Fidel Castro.
El dictador no “es” Cuba. El dictador se ha apoderado de Cuba.
—Y ahora viene la Leire
—dice un acólito del discordante—, y suelta que el diputado Moragas divide a
los españoles con su intentona de entrevistar a los disidentes cubanos.
Cerveza. Otro Lagares. Tapa de setas y pimiento. Queremos saber a quién
pretende confundir la Leire
con esta arrimadura del ascua a la propia sardina.
—Es que zumba cojones la cosa —dice un discrepante—. De forma que el tal
Pinochet es un dictador, tirano, asesino y tal, y Fidel Castro ni es dictador
ni nada.
—Por qué uno sí y otro no —pregunta un retorcido—. O sea, que la
dictadura de derechas es reprobable y la de izquierdas es tolerable.
—La dictadura simpática —vocea un resabiado—, así la llama Zoé Valdés en
un duro artículo contra el régimen castrista (y contra los intelectuales de
izquierdas). O sea, que los disidentes cubanos disienten porque les sale de la
telilla del escroto, no porque aspiren a derrocar al tirano y conseguir una
Cuba libre y democrática.
Un listo levanta la voz: por qué los izquierdosos, los progretas, los
manifas, toda esa calaña amalgamada de
uncidos al yugo de uno u otro signo, lanzan el solo de ópera y dejan
estupefacto al patio de butacas, por qué.
Cerveza. Otro de Payva. Tapa de riñones al jerez.
—Nuestro Señor Presidente del Gobierno —tercia un enterado— don José Luis
Rodríguez Zapatero, abundando en la confusión, va y confunde (redundancia)
“nación” con “nacionalidad”. «No me preocupa el concepto de nación catalana»,
dijo.
—Hombre —prosigue el enterado—, hacer declaraciones para evaluar sus seis
meses de gobierno y largar que la palabra “nación” es un concepto discutible es
como afirmar la discutibilidad de la esencia. Ese talante expositivo confunde
al pueblo llano y provoca el remolino existencial de la democracia.
—Menos mal que nuestro Presidente regional, Rodríguez Ibarra —dice un
enfervorizado—, los tiene así de gordos (el personal asiente y lo comenta
con fruición) y proclama en todos los
foros con claridad meridiana (tópico) no sólo la validez permanente del
concepto de “nación”, sino también la realidad histórica de “nación española”.
—Así se habla —dice un conformista—, y añade: al menos Ibarra no juega a
confundirnos en esto de la nación y la nacionalidad.
—En caso contrario —interviene un chistoso—, ya hubiera instaurado el
castúo como asignatura obligatoria en los currículos de Primaria y Secundaria
extremeños.
—No te quepa la menor duda —afirma un leído.
—Aunque la confusión gorda —silba un tordo que bebe Viña Mayor—, viene
del rumor (certeza) circulante: Gallardón no se opuso a Esperanza Aguirre para apoderarse
de la Autonomía
madrileña.
—¿No?
—¡No! Gallardón es el candidato de Polanco para tumbar a Rajoy.
—¡Hostia, tú, me has tirado el vino!
Cabizbajos nos largamos, alvidriados en lo confuso.
jueves, 14 de abril de 2016
LA DESAPARICIÓN DE LAS IDEOLOGÍAS
Hay quien asegura que la sociedad actual está totalmente
mediatizada (idiotizada) por el consumismo debido a su irreversible
identificación con la falta de valores. Esta ausencia de valores tiene una
causa: la desaparición de las ideologías. Toda ideología, que en el plano
teórico desarrolla un cuerpo de doctrina coherente, en el plano práctico se
traduce en unos comportamientos que empujan a actuar en un sentido determinado:
son los valores inherentes a esa ideología. Así que, oh lector, si la sociedad
carece de valores es porque las ideologías (soporte de esos valores) se han
derrumbado. ¡Cataplaff! A la muerte de Dios, aseverada por el irracionalismo
intuicionista de Nietzsche, se une ahora la muerte de las ideologías, o al
menos su infarto de miocardio. Pero no te turbes, lector conspicuo, que para
eso están Macridis y Hulling dispuestos a la implantación del bypass
ideológico. Sostienen los tíos que de morir las ideologías, nada. Que las
ideologías perviven y constituyen en sí mismas el ‘sustento’ actitudinal de
todos y cada uno de los seres humanos. ¿Entiendes, tronco? ¿Entiendes por qué
los desencuentros entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se mantienen en plena efervescencia? La
ideología de cada uno. Y no las ansias de alcanzar el poder, que son muchas, como afirman los descreídos políticos.
viernes, 8 de abril de 2016
LA CULPA
LA CULPA
JUAN GARODRI
Efectivamente, eso se cantaba en aquellos años de pachanga y cubalarios.
Ahora no, que hemos mejorado en progresía y talante. Ahora ya no tiene la culpa
el chachachá, la culpa la tiene el buen tiempo. Ese es el que tiene la culpa de
todo. Hasta de los seres humanos que mueren diariamente en Siria. ¿Quién tiene
la culpa de los muertos de Siria? A diario. Desde que se inició la maldita guerra,
todos los días mueren decenas de personas, de promedio. Eche usted la
cuenta a ver cuántos muertos suma ya ese total horripilante. Nadie tiene la
culpa. De nada. Todo el mundo es inocente (libre de culpa). Existe un
endemoniado empeño humano en la autoexculpación. ¿Por qué la cosa mediática no
descubre las causas de la(s) guerra(s) que asolan ahora mismo el mundo? Porque
la causa conlleva culpa. Y no se quiere señalar con el dedo público al
culpable. Las fábricas de armas, los traficantes de armas, los Gobiernos que
sanean sus déficits públicos con la venta de armamento serían descubiertos y
señalados como culpables. Adiós a la estabilidad económica y al bienestar
ciudadano. El poderío económico se vendría abajo y el valor del euro y del
dólar quedaría capitidisminuído. Horror. ¿Qué sería de nosotros? Nadie podría
comprar coche nuevo, nadie podría consumir medio sueldo en carburante y el otro
medio en portátiles, MPG3, móviles y pantallas flat. Nadie podría salir el fin
de semana ni durante los puentes multiojos a disfrutar del ocio y el buen
tiempo. Si es que se admite el concepto de buen tiempo que conviene al gentío dedicado
al ocio, la excursión y el viaje a la playa. Ya se sabe, cielo azul, ausencia
de nubes, temperatura agradable. A disfrutar del ocio y a
desarrollar el masoquismo, esa complacencia en sentirse maltratado,
aprisionado, confinado en los dilatados embotellamientos de la carretera durante horas.
El ser humano se siente interiormente frustrado y tiende a equilibrar sus
desasosiegos con la huída. En realidad cada uno huye de sí mismo. Debemos de
estar horriblemente deformados, mutilados, rotos en mil pedazos, como para provocarnos
ese pánico que nos impulsa a huir de nosotros mismos. Así que, hala, a la
carretera. Miles de automóviles atrapados en los atascos. Tráfico lento
con paradas intermitentes, nivel amarillo, mientras cerca de medio millón de
automovilistas tardaba seis horas en recorrer 70 kilómetros el pasado viernes. Los periodistas, tan inocentes, van y le preguntan al Gobierno que quién tiene la culpa. Naturalmente, el Gobierno se los sacude de encima (sin dejar de sonreír, eso sí) como a moscas
cojoneras y asegura con aplomo que la culpa de los atascos la tiene el buen
tiempo. Cielo azul, ni gota de lluvia, temperatura soportable. Ha sido un
ejercicio conspicuo de pérdida de memoria meteorológica, aunque no del todo.
Porque cuando las duras nevadas del invierno pasado atascaron en las carreteras
a los automovilistas de la mitad de España, el Gobierno también le echó la
culpa al tiempo. Entonces fue el mal tiempo: nieve, lluvia, viento y
temperatura insoportable. ¿Qué masoquismo (otra vez) estimula la huída
generalizada del personal y lo lanza a
la carretera, y encima sin cadenas y sin gorro de lana? La culpa la tuvo el mal
tiempo. Mientras tanto, en un ejercicio político de infantilismo no superado,
el PSOE se erige en culpator y hace
recaer la acción de la culpa en el Gobierno y en la DGT, a los que señala como culpatus aunque éstos atribuyan al gentío
la cagada de desplazarse por culpa del buen tiempo.
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