CONFUSIONES
JUAN GARODRI
—Qué lucidez —dicen unos.
—Qué ingenuidad —dicen otros.
Entras en el bar, fuente no tan viciada de opiniones, y el personal dice
eso, qué lucidez, qué ingenuidad.
Leire Pajín, carita rechoncha de muñeca pintada y chochona, ella, tan
joven y tan peripuesta, tan secretaria de Estado de Cooperación (bien podían
explicarnos en qué consiste la cosa), ella, Leire Pajín, aparece en la pantalla
televisiva hablando de la transición pacífica en Cuba y va y dice que «los
españoles tienen una relación con el pueblo cubano histórica».
—Tiene más razón que un santo —afirma un conforme. Siempre ha mantenido
España una relación fluida con Cuba que puede considerarse histórica por
mantenerse a lo largo de varias centurias (obviedad).
—España con Cuba —dice un discordante—. Pero no España con Fidel Castro.
El dictador no “es” Cuba. El dictador se ha apoderado de Cuba.
—Y ahora viene la Leire
—dice un acólito del discordante—, y suelta que el diputado Moragas divide a
los españoles con su intentona de entrevistar a los disidentes cubanos.
Cerveza. Otro Lagares. Tapa de setas y pimiento. Queremos saber a quién
pretende confundir la Leire
con esta arrimadura del ascua a la propia sardina.
—Es que zumba cojones la cosa —dice un discrepante—. De forma que el tal
Pinochet es un dictador, tirano, asesino y tal, y Fidel Castro ni es dictador
ni nada.
—Por qué uno sí y otro no —pregunta un retorcido—. O sea, que la
dictadura de derechas es reprobable y la de izquierdas es tolerable.
—La dictadura simpática —vocea un resabiado—, así la llama Zoé Valdés en
un duro artículo contra el régimen castrista (y contra los intelectuales de
izquierdas). O sea, que los disidentes cubanos disienten porque les sale de la
telilla del escroto, no porque aspiren a derrocar al tirano y conseguir una
Cuba libre y democrática.
Un listo levanta la voz: por qué los izquierdosos, los progretas, los
manifas, toda esa calaña amalgamada de
uncidos al yugo de uno u otro signo, lanzan el solo de ópera y dejan
estupefacto al patio de butacas, por qué.
Cerveza. Otro de Payva. Tapa de riñones al jerez.
—Nuestro Señor Presidente del Gobierno —tercia un enterado— don José Luis
Rodríguez Zapatero, abundando en la confusión, va y confunde (redundancia)
“nación” con “nacionalidad”. «No me preocupa el concepto de nación catalana»,
dijo.
—Hombre —prosigue el enterado—, hacer declaraciones para evaluar sus seis
meses de gobierno y largar que la palabra “nación” es un concepto discutible es
como afirmar la discutibilidad de la esencia. Ese talante expositivo confunde
al pueblo llano y provoca el remolino existencial de la democracia.
—Menos mal que nuestro Presidente regional, Rodríguez Ibarra —dice un
enfervorizado—, los tiene así de gordos (el personal asiente y lo comenta
con fruición) y proclama en todos los
foros con claridad meridiana (tópico) no sólo la validez permanente del
concepto de “nación”, sino también la realidad histórica de “nación española”.
—Así se habla —dice un conformista—, y añade: al menos Ibarra no juega a
confundirnos en esto de la nación y la nacionalidad.
—En caso contrario —interviene un chistoso—, ya hubiera instaurado el
castúo como asignatura obligatoria en los currículos de Primaria y Secundaria
extremeños.
—No te quepa la menor duda —afirma un leído.
—Aunque la confusión gorda —silba un tordo que bebe Viña Mayor—, viene
del rumor (certeza) circulante: Gallardón no se opuso a Esperanza Aguirre para apoderarse
de la Autonomía
madrileña.
—¿No?
—¡No! Gallardón es el candidato de Polanco para tumbar a Rajoy.
—¡Hostia, tú, me has tirado el vino!
Cabizbajos nos largamos, alvidriados en lo confuso.
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