Suelen llamar opinión a la medida individual de un acontecimiento. Ya
aseguró Parménides que la opinión no se alimenta del conocimiento del entendimiento sino del de la sensación. Quizá por eso las opiniones de unos y
de otros, en esta actualidad controvertida en la que nos movemos, son
encendidas y apasionadas. Si la opinión proviniese del conocimiento que
proporciona el entendimiento, el gentío la acomodaría a la verdad objetiva.
Ocurre, sin embargo, que cada cual acomoda su opinión a las sensaciones, y así
resulta que la olla de grillos es gigantesca. Porque cada cual emite una
opinión acomodada a la verdad subjetiva, a ‘su’ verdad. Es la verdad que
proporcionan las sensaciones: el partidismo, el amor, el odio, los intereses,
la venganza, el deseo. El gentío poco a poco se instala en la rueda de piñón
fijo y excluye las opiniones de los demás por considerarlas contrarias a sus
sensaciones. Carente de flexibilidad mental, el personal acumula sensaciones
para juzgar a través de ellas los acontecimientos de la vida diaria, familiar,
social, política, comercial. El resultado tiene que ser forzosamente negativo
porque sólo a través del entendimiento puede llegarse a una exposición objetiva
de la verdad admitiendo, al mismo tiempo, la verdad de los otros como
posiblemente válida. De hecho, formamos la experiencia a base de percepciones
sensibles, acumulamos los hechos de experiencia como el que amontona arena, y
olvidamos que debe darse de antemano la idea para que sea posible la percepción
sensible y con ella la experiencia. Fue Platón el que dijo estas cosas,
cabreado porque Protágoras ya había soltado el latigazo de que todo
conocimiento es sólo apariencia.
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