COTILLAS MULTIEXPERTOS
JUAN GARODRI
El título me lo ha sugerido (valga la catáfora) un amigo mientras
tomábamos unas cañas en el Candilejas. Comentaba con cierta irritación el tono
multicultural que adoptan los tertulianos de televisión, expertos en todo y eruditos
en nada. Más que expertos son “informados”, personas que poseen una vasta
información, de lo que resulta que, si no han digerido convenientemente los
kilos de alimentación informativa, regurgitan eructos desatinados y fétidos.
Todo el mundo sabe que una cantidad determinada de información, por muy grande
que sea, no convierte en formación las neuronas del receptor. Puede darse el
caso de alguien ‘muy informado’ y amanecer, sin embargo, bastante deformado,
mentalmente se entiende, hecha la picha conceptual un lío, con más nudos que el
ovillo de Ariadna. Naturalmente: hablamos de tertulias serias. Porque si nos
refiriésemos (que también) a las tertulias de sobremesa o antemesa, o cuando se
emitan, a media tarde, a media noche, no sé, si nos refiriésemos a esas
reuniones, no podríamos denominarlas con el honroso nombre de tertulias, sino
con el de “grillitertulias” o “tertuliollas” porque, ya desde el principio, se
convierten en una gigantesca olla de grillos en la que todos mueven
simultáneamente los élitros de la sapiencia (‘su’ información de buena tinta),
actitud que convierte las palabras en una algarabía insoportable e
ininteligible. La desmesura de los grillitertulianos no consiste precisamente
en la mezcolanza del vocerío unipersonal sino en la conducta prepotente que
adopta el grillitertulio, convencido de que está en posesión de una verdad
extrañamente absoluta, tanto más verdadera cuanto que es la suya,
convencimiento que muestra a las claras con el arqueo cabreado de las cejas, el
torcimiento despectivo de los labios y la elevación crispada del tono de la
voz. Todo un espectáculo. Un espectáculo provechoso porque induce al
espectador, sin duda, a no adoptar jamás, por barriobajeros e inaceptables, los
modos de comportamiento que contempla en la pantalla. Podemos concluir, pues,
que las tertuliollas ejercen una labor moralizante puesto que el espectador,
seguro, abominará de aquello que ve y no lo pondrá en práctica jamás. Algo así
ocurre en el Libro de Buen Amor, dije yo. Y mi amigo me miró sorprendido. Sí,
continué: el astuto y picarón Arcipreste de Hita justifica en el prólogo de la
obra las “obscenidades” que describirá a lo largo de ella con el cuento de que
las expone para que el lector las considere pecaminosas, las rechace y se
incline a lo contrario: seguir el camino recto que conduce al Buen Amor (de
Dios). De igual manera, el espectador de las grillitertulias sale de ellas con
el ánimo reforzado, henchido de buenos propósitos. Jamás adoptará actitudes
burdas y chabacanas como las que acaba de ver. Todo lo contrario, se convertirá
a partir de ese momento en ciudadano probo dispuesto a la solidaridad, al mutuo
respeto, a la aceptación de la verdad ajena y a la colaboración con el
Ayuntamiento en el engrandecimiento de la conciencia cívica. Que no es poco.
Los espectadores, en cambio, de las tertulias serias salen de ellas cabizbajos,
convencidos de que la sociedad anda patas arriba y de que el futuro es negro
como boca de pozo petrolífero. Causas, las expuestas por los tertulianos
serios: el déficit público, la subida imparable de los carburantes, el
calentamiento peligrosísimo de la tierra, el paro que no cesa, las incurables y resentidas heridas
de los políticos, la violencia de género (que tampoco cesa), la insoportable desfachatez del independentismo y la coleta de Pablo Iglesias.
Chuchi nos sirvió la espuela, nos palmeamos la espalda y nos fuimos a
comer tan contentos.