jueves, 14 de junio de 2018

EL ENGAÑO 1


EL ENGAÑO Y EL VINO


Bueno, bueno, cómo nos engañan. No sé de dónde habrá salido la subespecie gnómica de que «los engañan como a chinos», porque en este asunto del engaño o todos somos chinos (cosa apodícticamente incierta por demográficamente inexacta) o también se engaña a quienes no son chinos  (cosa, a lo que parece, bastante exacta). Y es que por lo que respecta a engañar, todo el mundo engaña que es una barbaridad.
No podía ser menos. Desde que entró el pecado en el mundo, según la tradición bíblica, gracias al desparpajo sinuoso de la serpiente que engañó a Eva, las acciones humanas se asientan en cimientos psicológicos sazonados de engaño. Cualquier teogonía que se precie aspira a describir sus orígenes a base de exponer las triquiñuelas y engaños con que los dioses pretendían sobreponerse, anteponerse, humillarse y fastidiarse unos a otros. Algunos hubo que, aburridos por la continua displicencia de las diosas y alborotados por la sorprendente aparición de los encantos femeninos en forma de mujer, se largaron a por tabaco y decidieron adoptar  apariencia humana, lo cual que se metamorfosearon (que es una forma etimológica y fina de simulación y engaño) para cepillarse a hembra mortal, roídos por un deseo antropomórfico desproporcionado y rijoso. De esta forma, ejemplarizaban con sus actitudes las acciones de los mortales que, a cronología seguida, se liaron a engañarse unos a otros dando opción,  como todos sabemos, a que empezaran los primeros acontecimientos (proto)históricos.
Vengamos, sin embargo, a nuestros días. Yo soy un goloso del buen  vino. Y no es porque Horacio lo exaltara en sus 'Odas', a medias entre el tono epicúreo y estoico, o magnificara las excelencias del vino de Chipre. Me agrada el vino por ese estado de ligera levitación que induce a la amistad y a la charla. Ese equilibrio anímico de efectos gratificantes que nunca producen las alegrías ni las penas. Así que buen vino. Años y años he recorrido la Sierra de Gata (Robledillo, Descargamaría, Hoyos, Acebo, Cilleros, Villamiel...) bebiendo las excelencias del vino de pitarra sosegado en las bodegas domésticas, esas excelencias exultantes que, poco a poco, alegran el alma y convierten las rodillas en livianos copos de algodón. Es como beber algo insólitamente sagrado.  Beber la pitarra serragatina es casi beber una profanación.
Pero hay quien te chafa el invento. Ahora resulta que hay quien te engaña miserablemente y te da gato enológico por liebre. Así que ya no me atrevo. Entraba en el bar y siempre pedía ‘uno del país’. La fragancia de madera de castaño se acomodaba en la copa y la olorosa suavidad del caldo invadía el paladar con la amante persistencia de un regalo. Ahora me atenaza la desconfianza porque el aroma añejo se ha convertido en química manipulación de metasulfito y el olor a huevo podrido, característico de los compuestos sulfurosos, me provoca la mueca y el rechazo. Corre el rumor de que no es uva de la Sierra, azucarada y lenta, la que fermenta en algunas bodegas. Ha sido sustituida por uva más barata,  traída de otras tierras. Con ella se redondea una cosecha espuria porque te engañan y te hacen tragar por liebre olorosa la carne de un gato peleón y ácido. Hay quien te avisa.
—Si quieres beber buena pitarra —dicen—, tienes que dirigirte a alguien de confianza. Sólo en las bodegas de los particulares, esos que cosechan el vino seleccionado en pocas tinajas para uso familiar y doméstico, se encuentra el vino de siempre.
Así que he dejado la pitarra y me dedico a la olorosa ingesta de Reservas y Crianzas con denominación de Origen.





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