Me refiero al proverbio que dice que nadie es profeta en su tierra. Creo
que nuestra dignísima Real Academia de la Lengua no acierta cuando
define al profeta, acepción 2, como «hombre que por señales o cálculos hechos
previamente, conjetura y predice acontecimientos futuros». El profeta es el que habla en nombre de la divinidad, no el
adivino. Mala suerte la del profeta. Casi siempre el profeta se cree alguien.
Un sorprendente ramalazo de locura religiosa, literaria, política, artística,
taurina, constructora, comercial, le trepana la sesera a edad temprana y se
jura a sí mismo (en una especie de reconversión psicológica de la personalidad)
saltar la barrera del terruño analfabeto y destacar en lo que le gusta. Ojalá
no lo hubieras hecho, forastero. Porque es eso. A partir del momento en que el
profeta decide ser distinto, destacar (e incluso triunfar, palabra maldita) en
el modo de vida que escogió, a partir de ese momento se convierte en forastero
en su tierra y el gentío va a por él con uñas y dientes. Pero quién se cree que
es, ese fantoche, si es hijo del carpintero, del zapatero, del peluquero, del tabernero.
El profeta no tiene nada que hacer en un país, en una región, en un pueblo
caracterizado por la envidia, una sombra bañada de tristeza y penumbra que
prefiere perder dos euros si consigue que el vecino no gane uno. Hay que
joderse. Al tipo (antiprofeta) se le revuelven las tripas si advierte que
alguien perteneciente a su mismo gremio empieza a destacar. Y comienza la siega
por debajo de los pies. Esto de segar la hierba requiere su técnica. Hay que
utilizar la guadaña con perfecta habilidad. Con suavidad y disimulo. No hablar
del profeta, ni a favor ni en contra. Olvidarlo, ignorarlo. El guadañero sabe
que el nombre del profeta no debe aparecer por ningún sitio. Si manifiestamente
habla o escribe en su contra, está al mismo tiempo hablando de él, publicitándolo
(horror de palabro). Esta referencia puede atraer el interés del personal hacia
el mensaje profetizador. ¿Por qué hablan mal de él? ¿Tendrá o no razón el
descalificador? Para comprobarlo,
puede que el gentío se dirija a escuchar al profeta. Hay que evitar esta
posible decisión de la muchedumbre. La táctica es olvidar al profeta,
ignorarlo, ningunearlo. Mobbing a
todo pasto, que dicen los puestos en la tarea del ninguneo. El profeta
se encuentra sobre su alfombra de césped anunciando el valor poético, el valor
político, el valor narrativo, cualquier valor del que se considera ‘mensajero’
(esto es ser profeta, el profeta no es un adivino, ya se dijo) y no advierte
que poco a poco (o lo advierte con espanto) la hierba va desapareciendo debajo
de sus pies hasta que llega el día en que su calzado se encuentra lleno de
polvo. Suele ocurrir también que el profeta habita en muchos prados verdes,
triunfa, y le da a los guadañadores por donde escuecen los pepinos. Cambia
entonces la cosa y el guadañador se convierte en abonador. Poco a poco para que
no se note. Para que nadie diga que el tipejo le da la vuelta a la tortilla. Y
hasta es posible que, llegado el caso, el profeta deje de ser profeta y se
transmute (en una especie de transustanciación epidérmica y gloriosa) en
personaje aplaudido, aclamado y venerado. Siempre fuera de su tierra,
naturalmente. Quiero terminar el bolo con una minisentencia latina que aprendí
de chico: “Qui potest capere capiat”.
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