Es evidente que los acontecimientos en los que actualmente se mueve la
sociedad política están causando (y pueden causar) un daño enorme a la
democracia. Existe una penalización conceptual de la ciudadanía a la democracia.
Pena de daño. O lo que es lo mismo, separación y distancia, disociación,
privación. Cuando existía el infierno (lo digo porque dicen que ya no existe
puesto que no es ‘un lugar’, lo cual que no deja de ser una broma pesadísima, tantos
siglos asustando al personal para nada), se disponía en él de dos clases de
penas: pena de daño y pena de sentido. La pena de sentido consistía en achicharrarte
como pollo asado sin que el achicharramiento acabase jamás. La pena de daño
consistía en permanecer para siempre (eternidad) separado de Dios, privado de
su visión beatífica. El castigo infernal consistía, fundamentalmente en la pena
de daño, por ello los teólogos medievales, confeccionadores minuciosos de tal
doctrina, llamaron ‘damnati’ a los que iban a parar de cabeza al infierno. No
dejaba de ser una idea, aceptada como realidad. Era una interpretación del ser,
curiosamente adelantada en años a la teoría de la ciencia, de Fichte, cuando
establece la idealidad como realidad.
Tomando por los pelos el asunto del daño, ¿qué otra cosa hacen los
políticos sino condenar a los ciudadanos a la pena de daño? La sociedad va separándose de
ellos, y día vendrá en que muchos, quizá la mayoría de los ciudadanos, prefiera
el alejamiento y la privación de su presencia. La corrupción política trae de uñas al personal. Un cabreo envenenado recorre las aceras, las avenidas y la barra de los bares. La actualidad política es hoy una gigantesca corrupción: La guardia civil busca pruebas de financiación ilegal en la sede del PP; Racoy acosado por la corrupción; las 100 comidas y viajes de Rita Barberá que la Fiscalía ve irregulares; el gran pozo hediondo de las instituciones públicas valencianas; los Pujol en un entorno mafioso; Urdangarín y el caso Nóos con sus nóminas de empleados ficticios; el PP madrileño investigado también por finanzas ilegales; Jaume Matas en Baleares; los Ere's en Andalucía, el uso de las "tarjetas black" de Caja Madrid... En plan mafioso, tú. Y en este plan
por todas partes. Valiéndose de la democracia para actuar contra ella. ¿Cómo los representantes de la democracia pueden ser
antidemócratas, según se desprende de los hechos? El guirigay belicoso que
azota a los partidos políticos es un ejemplo de daño. Los ciudadanos prefieren estar separados de los políticos. Porque resulta que la
democracia, en estos casos, se convierte en un extraño sistema que no genera
demócratas.
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