jueves, 3 de diciembre de 2015

EL MITIN Y LOS MITINEROS

El día 4 de diciembre de 2015, o sea mañana, comienza la campaña electoral. Elecciones generales. Desde que el 20 de octubre de 2015 en que Mariano Rajoy y el Rey Felipe VI firmaron el decreto de disolución de las cortes y convocaron las elecciones generales para el 20 de diciembre, nadie ha parado de hablar de ellas. Todos sabemos qué opina el PP, el PSOE, Ciudadanos y Podemos (los cuatro que echan la partida de mus). Los medios de comunicación nos han informado, atosigado, atiborrado y hastiado con las subidas y bajadas en intención de voto, encuestas y promesas de cada uno de los grupos políticos. Por si fuera poco, ahora nos cargan la campaña electoral. ¿Por qué? Porque faltaban los mítines. En toda campaña electoral proliferan los mítines, los discursos y la palabrería. El mitin, habitualmente, no es un discurso pronunciado por un entendido en teoría política, ni por un experto en economía de empresas,  ni por un versado en relaciones sociales, ni por un entendido en psicología juvenil, ni por un investigador de temas culturales, ni por un conocedor de la estructura urbana, no. El mitin  es un discurso pronunciado por un mitinero. No todos los políticos son mitineros, ciertamente. Pero también es cierto que todos los mitineros se consideran políticos. E incluso el buen político, cuando se hace mitinero, degrada en cierto sentido su condición de político. Así que el mitinero, con preocupante frecuencia, se atreve con lo que le echen. Para ello, no duda en aventar promesas. Si es cierta la perversidad de que la promesa se hace para no ser cumplida, no hay mayor cinismo que el mitin. Porque el mitinero pretende cautivar la voluntad de los oyentes, a través de la creencia en lo que escuchan, para conseguir el voto. Para ello, el mitinero promete. Y no hay método más práctico para el desarrollo de la fe que su afianzamiento en la cercanía de la promesa. Así que el mitinero promete, repito. La promesa es la esencia del mitin. Y promete, en ocasiones, sin tener en cuenta el alcance de la promesa. Sin recordar que, cuatro años antes, realizaron idénticas promesas los mitineros que le precedieron. Lo sorprendente es que mucha gente cree lo que escucha en los mítines y aplaude enfervorizada el mesianismo del mitinero. 

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