La muerte de Patroclo |
Esta primavera algo adelantada y poco lluviosa ha venido. Nadie sabe cómo ha sido. Como las guerras: han venido y nadie sabe cómo ha sido. Así que me dispongo a escuchar Las
cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi, a ver si se desintoxican las
neuronas, atiborradas de guerra, saturadas de mentiras bélicas, colmadas de
horror, empachadas de asco. Y empiezan a sonar las acometidas de La
primavera en medio de un Mi mayor hechido de acordes agudos y casi
prebélicos, como interpretados para acompañar la obscena y espectacular
apoteosis de estas guerras que no se me van de la cabeza.
Antes, escuchaba a Vivaldi y todas las golondrinas de
la primavera acudían, anhelantes y rápidas, a clarear las oscuridades de mi
corazón. Ahora no. Será por lo de la guerra. Ahora escucho a Vivaldi, estoy
escuchándolo ahora mismo, y sus allegros me producen la impresión de que
representan la mendaz alegría de Putin, esos rasgos faciales afilados como notas
de un violín perverso y visionario. Incluso el alma del violín, el arco, así
llamado por Tartini porque es el elemento fundamental para su sonoridad, se
reproduce en mi imaginación como un arma arrojadiza utilizada para destruir los
sentimientos de los niños de Siria, de Irak, de Gaza... Esta primavera, algo adelantada y poco lluviosa, florece entre bombas de racimo como en las orillas de los regatos
eclosionan las pamplinas y los
pañalitos. Con la diferencia de que en las bombas parpadea el rojo brillante de
la sangre y en las pamplinas y pañalitos revienta la savia nutricia. Los medios de comunicación nos hablan de Irak y de Ucrania. Pero también se mata en Gaza, Libia, Mali, República Centroafricana, Afganistán, Sudán, Somalia y otros 22 países. Esta primavera adelantada está invadida de violines mortíferos. Asco.