jueves, 11 de diciembre de 2014

POSIBILIDAD DE QUE EL MÓVIL ALTERE TUS BIORRITMOS

No pretendo aludir al móvil de los políticos corruptos, un campo de impulsos humanos muy vasto y, al mismo tiempo, muy variados los motivos (el móvil) que pueden llevar al político a delinquir.
Me refiero al móvil telefónico, como no podía ser menos, ese artilugio de última generación que cohabita en la intimidad de todos y cada uno de los españoles, más de treinta y dos millones de teléfonos móviles hay en España, qué horror, para qué querrán los españoles tantos móviles, no hay bar, autobús, acera, terraza de verano, supermercado, sala de espera, polideportivo, cine, reunión de sindicatos, jornada de reflexión política, pleno del ayuntamiento y obra en construcción en los que no aparezca el usuario del móvil, y hasta en la iglesia, no creas, que está el oficiante en la culminación de su homilía y, zas, surge la imprevista interrupción del móvil, que no por repentina deja de resultar incómoda, y va el usuario y se levanta con aire más trascendental que compungido y se larga al atrio disculpándose a media voz por las molestias ocasionadas en su alteración litúrgica.
Y ahora resulta que las últimas investigaciones de los expertos nos alertan y ponen al móvil en vilo porque produce emisiones de radiación que pueden resultar peligrosas para la salud. Y según en qué lugar del cuerpo vaya alojado el móvil, el peligro incide en el órgano más cercano, dicen. Así que cuando se te calienta la oreja, por ejemplo, de tanto movilear, las radiaciones del móvil pueden llegar, con el tiempo, a producirte lesiones acústicas o a hacerte un agujero espantoso en el cerebro que quizá llegue a convertirse en la guarida de la tontuna, ese tumor maligno que condiciona la recepción de la cordura. Así que cuando, en medio del trabajo, aprecias falta de concentración o ligero dolor de cabeza, cuando sientes que la pantalla del ordenador parpadea más de la cuenta y te entras ganas de mandar la estadística al carajo, no lo dudes: el móvil te está jugando una mala pasada. Cuando adviertes que la proximidad de la culifina de pelo amarillo que trabaja en el laboratorio te produce breves extrasístoles repentinas, como puñaladas cordialmente enemigas, no es su anatomía esplendorosa, no, la que daña tu corazón: es el móvil el causante de tu alteración cardiorrespiratoria. Cuando adormilado y vencido te levantas el domingo por la mañana, la lengua pastosa y los párpados orlados de ojeras protuberantes, sintiendo ligeros pinchazos en el lado derecho del abdomen, no ha sido el Ballantine’s, no, el agente de tu flatulencia: ha sido el uso tontorrón del móvil que poco a poco va horadando los tejidos de tu hígado o de tu bazo, expuestos quizá a algún tumor linfático. Cuando, sin saber por qué, no tienes más remedio que levantarte y dirigirte cada dos por tres a los servicios, con repetidos e inusuales ataques de incontinencia en la micción que hacen sonreír al conserje (piensa, el malaleches, que ya se te aproxima lo de la próstata), no han sido las cervezas —antioxidantes y todo— las que te inflaman la vejiga, no: es el uso del móvil que perjudica seriamente los tejidos de tus riñones. En fin, si notas, alarmado, que tus partes pudendas abultan más de la cuenta y que el personal (mayormente femenino) echa un ligero y disimulado vistazo a tu bragueta cuando te cruzas con él por el pasillo, no se debe el aumento del paquete a un efecto inversamente malsano de la criptorquidia, no: es el uso indiscriminado del móvil cuyas radiaciones han producido un calentamiento de tus testículos, agobiados por su campo magnético.
Así que, amigo, te sugiero que te andes con cuidado en el uso del móvil para evitar la incidencia de tumores. 


lunes, 8 de diciembre de 2014

MICRORRELATO DEL ABUELO CACHEADO EN EL AEROPUERTO

¡Qué vergüenza, Dios mío!, me dice un viejo conocido recién llegado de uno de esos viajes que el Imserso organiza para los tercerasedades. ¿Qué pasa, le dije, que te hicieron empuñar el hacha para liberar tus obsesiones con lo de la destructoterapia? Ojalá hubiera sido eso, respondió. Fue peor. En el aeropuerto. Nada, que nos obligaron a sacar cuanto llevábamos en los bolsillos, en la bolsa y en la maricona. Fue cruel. La hebilla de mi cinturón no hacía más que pitar y me obligaron a quitármelo. Los pantalones se vinieron abajo (me los compré anchos por la comodidad de los cataplines, ya sabes) y quedaron al aire unos calzoncillos decorados con pin up rojas, para la fantasía sexual, me había dicho la parienta. ¡Qué fuerte!, le dije. El caso es que los calzoncillos, continuó, seguían pitando, y nada, los cabrones, que me hicieron que me los bajara. ¿Cómo?, me sorprendí, no es posible, eres muy peludo. Fue posible, dijo, menos mal que a duras penas me cubrí las vergüenzas con las palmas de las manos. Pero, qué coño sonaba en los calzoncillos, le pregunté. Pues ya ves, me dijo torciendo la boca, nos dio por entrar en una sex shop y cargamos con unos preservativos musicales que yo escondía en el bolsillín interior de los calzoncillos. 
El chip de la musiquilla se confundía con el pudor escondido en los pliegues de la turbación.