Ontología de la existencia. Gracias al tiempo estamos en el mundo.
Ser-en-el-mundo interpretado como existencia, ya lo dijo Heidegger. Estamos tan
acostumbrados al tiempo que no se nos ocurre pensar en el problema que el
tiempo supone. Lo relacionamos con un antes y un después, un pasado y un
futuro, cuando en realidad la unidad de medida del tiempo es el ‘ahora’, el
instante inmediato. «Es algo misterioso, porque por una parte divide el tiempo
en pasado y presente y por otra los une de nuevo. Por la división surge la
diversidad del tiempo y, por la unión en el ahora, su unidad», afirma
Hirschberger. Vivimos, pues, en medio de una ficción que nos hace ser sin ser,
porque nuestro presente está variando constantemente. Cada nanosegundo ya no
somos lo que somos porque nuestro ser acaba de caer en el pasado y tomamos del
futuro otra mínima fracción de tiempo que, a su vez, cae instantáneamente en el
pasado. Tal vez el ser humano no sepa si podría deshacer esos lazos que le surcan la frente, los barrotes de
esa cárcel sin puerta que es el tiempo, tierra humilde que aprisiona sus ojos,
que lo hace mendigo de si mismo: un mendigo algo extraño, limpio, afeitado,
siempre sin harapos, mendigando la luz en cada tarde que es la tarde del
tiempo. Tal vez el ser humano se agarre desesperadamente a esa luminosa
penumbra temporal surgida de todos los instantes, infinitos ahoras que
constituyen la inmaterialidad de percepciones arrancadas al goce o al pretexto
de eludir la azarosa sintonía entre vida, placer, dolor o muerte. El tiempo
sigue cabalgando impertérrito por páramos helados, por heladas estepas, por
ardientes, resecos, tostados arenales, por las avenidas de las ciudades, por
las calles de los pueblos, dando la vuelta al mundo, riéndose del hombre porque
la eternidad o lo que sea se acerca, y se acerca la muerte de ese tiempo que
nosotros medimos. A su vez, los científicos intentan dar la vuelta por la red
del espacio o descomunicarse de la vida futura con inventos o bombas o cremas
para el cutis. Por otra parte, se tiene muy en cuenta la Historia como un gran
depósito de acontecimientos temporales, pero la Historia se cobija en la
oquedad del tiempo que masca, engulle y se alimenta sólo de la filosofía de la
historia. Presente propiamente no hay porque a nuestras espaldas, como una
inmensa chepa de siglos, va el pretérito de todos esos verbos que se sabe la
vida. Y, delante, el futuro con un río en los huesos, con un mar en los huesos de
(des)ilusión y (des)esperanza. Si se piensa en el pasado, el personal no tiene
más remedio que considerar si era un concepto erróneo o era una falsa alarma,
si era un placer momentáneo o era una idea de acero. Era. Tiempo pasado. Pretérito
imperfecto del verbo ser. Ahora, ahora que es presente, ahora que es lo exacto,
lo concreto, ahora no hay nada; mejor
dicho, hay todo: ahora es la duda y el temor taladrando.
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