lunes, 12 de octubre de 2015

CAINISMO

Aún recuerdo aquel dibujo de Gustavo Doré —aquellos dibujos sorprendentes y azules de la Historia Sagrada— que representaba un hombre musculoso, cubierto de medio cuerpo para abajo con una piel, blandiendo una quijada de asno. Lo que más me sorprendía, sin embargo, era su mirada. Una mirada huidiza, retorcida hacia lo alto del cielo, que escuchaba una voz recriminadora y condenatoria. Era la mirada de la culpa.
Y es que, para ser el primer hijo de mujer que habitó la tierra, Caín ya fue un ejemplar portentoso en lo de conseguir una buena lista de récords. Fue el primero en realizar múltiples actividades humanas: fue el primer amargado, el primer envidioso, el primer asesino, el primer fugitivo de la justicia (divina). En fin, un prototipo original y literalmente protervo, un molde en el que se fraguó la figura humana. No pretendo resultar irreverente, pero hay veces en que el hombre parece hecho más a imagen y semejanza de Caín que a imagen y semejanza de Dios.
Desde los albores de la Humanidad, la figura renuente de Caín se ha multiplicado época tras época, milenio tras milenio, siglo tras siglo, año tras año, días tras día, para significar que la lucha de contrarios sobrevive pavorosamente, nos engulle y nos fagocita. Desde las primeras páginas del Génesis aparece siempre entre los hombres la contraposición de contrarios, ya digo, la lucha entre y el bien y el mal, esa oposición antitética, en la que regularmente resulta vencedora, de forma enigmática y terrible, la figura del mal. Y aunque históricamente hayan despuntado personajes (los santos o los héroes) que lucharon por implantar en el mundo la figura del bien, en realidad su intento consiguió poco si se compara con el crecimiento espectacular del mal, una especie de larva poderosa y satánica (¿satánica?) que arrasa sin contemplaciones la escasa flor del bien.
Para qué hablar del hambre en el mundo, para qué hablar del horror de la guerra, de la injusticia social. En teoría, miles de obras sesudas tratan estos temas. En la práctica, cientos de organizaciones  gubernamentales y no gubernamentales, cientos de asociaciones religiosas o laicas, pretenden erradicar el mal del mundo. Pero no hay que ascender a esos niveles globalizadores. Si desciendes al ámbito de la cotidianidad, el cainismo proporciona también un campo propicio a la desavenencia. Una reunión familiar, una reunión de vecinos copropietarios, un pleno del Ayuntamiento, por ejemplo, se convierten en un avispero en el que los acuerdos se tornan imposibles.
Hechos a imagen y semejanza de Caín. Con la quijada de asno de la envidia. Mierda de vida.


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