Esther y Juan Garodri |
Las vacaciones, sin embargo, suponen un castañazo frontal para las familias con hijos en edad escolar. De pronto, casi sin previo aviso, les caen en casa unos seres, sus hijos, a los que no acostumbran a ver durante la mañana y buena parte de la tarde (actividades extraescolares) por lo que su presencia perturba la serenidad doméstica. Una tragedia. Hay que atender actividades desacostumbradas y se hace añicos el ritmo pendular del oficio casero y el vistazo al reality televisivo mañanero. Peor lo tienen las familias en las que trabajan fuera de casa padre y madre. El recurso a los abuelos es una solución precaria. Tienen que procurarse guarderías o academias de idiomas, por ejemplo, para recogerlos.
Algunos lo aceptan. La mayoría se afianza en el resentimiento y los sapos y culebras de sus imprecaciones se estrellan en la frente del profesorado. Esos mangantes. Tantas vacaciones. Y los sueldazos que perciben. No admiten que las vacaciones son de los alumnos, no del profesorado, y si estos no acuden a los centros de trabajo es porque no hay alumnos.
Se habla de «conciliación», ese mecanismo de resolución de conflictos para que las familias y el sistema educativo gestionen la solución de sus diferencias. Difícil se ve la cosa.
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