Con una copa de vino de su mejor añada, el señor Marqués de Picaflor la atrajo hasta la bodega. La joven era rubia y hermosa. Bajaron los doce peldaños de granito abujardado hasta las barricas de roble. La joven apuró la copa y en su rostro se encendió el rubor de las cerezas, sus ojos brillaron con el verde perfecto del viñedo en calma, y su aliento exhaló un aroma a taninos afrutados tan excitante que, cuando sus labios lo besaron, el señor marqués se desplomó estremecido. La alienígena tomó la botella, la acunó en sus brazos y se alejó presurosa hacia la nave.
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