miércoles, 26 de octubre de 2016

LA INVESTIDURA DE RAJOY


No puede ser que se esté utilizando la teoría de Gramsci sobre la corrupción conceptual del lenguaje, «conseguir que el pueblo y sus dirigentes asuman que los vocablos fundamentales sobre los que se asienta la libertad signifiquen lo contrario a su verdadero significado». No puede ser, redundando en la idea, que se nos haya concedido la palabra para ocultar el pensamiento. Sería la peor de las maldades humanas. No puede ser que todo el espectro político se nutra de mentira, engaño e insultos. Rechazo el pronunciamiento electoral basado en la caza del voto. Me niego a aceptar que los españoles estemos gobernados por inútiles, ladrones, descerebrados, mentecatos, megalómanos o paranoicos. No acepto que a los españoles sólo nos importe el bolsillo y seamos tan gilipollas como para que nos dé igual el desbarajuste político, el descojonamiento de los partidos, la obediencia partidaria de la justicia, la sinrazón burrera de los debates y el bolo descomunal de los escándalos económicos. ¿Hasta donde vamos a llegar cuando los convocantes de la concentración que llama a rodear el Congreso en señal de protesta contra la investidura de Rajoy, la califican de "ilegítima"? Tal vez la investidura de Rajoy  no sea oportuna, probablemente no sea ni siquiera saludable o conveniente para la democracia, pero desde luego lo que no puede proclamarse es que sea "ilegítima" porque se va a hacer conforme a las leyes.

miércoles, 19 de octubre de 2016

POLITIQUERÍAS

Los políticos se han cargado la noble ciencia de la política, y el modo de gobernar la ciudad y la república ha venido a ser una merienda de negros, y perdonen la expresión, ya saben, que ahora se demoniza al más pintado con esto del racismo y la atribución de xenofobia a cualquier (in)consciente. (Tengan en cuenta, así y todo, que lo de “merienda de negros” es expresión recogida en el DRAE con el significado de ‘confusión y desorden en que nadie se entiende’, el mismo con el que pretendo utilizarla en estas líneas). ¿Son malos los políticos, los que gobiernan, o son malos los gobernados? Esa es la cuestión. Para Maquiavelo (Il principe, 15-18) existen unas “reglas fundamentales de la política” y unos principios que conducen a ello. Tal vez los políticos actuales se fundamenten en esos principios, aunque lo nieguen, y acepten como punto de partida el primero de los principios maquiavélicos, ese que establece que todos los hombres son malos (y las mujeres también; entienda el lector conspicuo que en el siglo XVI, en la cancillería de Estado de Florencia, donde Maquiavelo era secretario, la paridad igualatoria sexual era desconocida a pesar de que el presentimiento renacentista iniciase un pespunte de renovación en la concepción de la persona y su vivir social, y faltaban unos cuatrocientos años para que se lograse la igualdad entre los sexos), así que, concediendo que todos los hombres son malos, el político tiene que mostrar una posición equivalente, es decir,  manifestar que también él es malo o, al menos, “aprender a no ser bueno”, y aparentar mansedumbre, fidelidad, sinceridad y más que nada piedad, pero sólo aparentarlo. Es la fórmula de Maquiavelo: contra una determinada fuerza debe oponer el político otra igual e incluso poner en juego otra mayor si quiere vencerla. Es esta filosofía estatal fundada en el carácter físico-mecanicista de las relaciones la que empuja a los políticos a atacarse sin piedad, a denostarse, a insultarse. Todos los ciudadanos comprueban este hecho, sobre todo estos días en que tan revuelta anda la cosa parlamentaria con lo de la fractura del PSOE, el proceso de Investidura, abstención sí abstención no, la amenaza de las terceras elecciones, las declaraciones de Correa en el caso Gürtel y los posibles encarcelamientos de Griñán y Chaves en Andalucía. 

martes, 4 de octubre de 2016

(IN)CULTURA LECTORA


No tiene nada de extraño que hoy día ('a día de hoy', dicen algunos plumíferos influidos tal vez por la cacofonía francesa) muchos se crean Pico della Mirandola, peritos en Humanidades o poco menos, por el hecho de hojear de vez en cuando la prensa. Y digo hojear. Porque una cosa es hojear y otra es leer. Mientras que, como es obvio, hojea quien pasa las hojas, no lee, sin embargo, quien se limita a pasar los ojos. Para leer, hay que entender lo que se lee, e interpretarlo. Y para interpretar lo leído se necesitan referencias conceptuales. Es lo que la gente llama cultura. Una persona que mediante sus estudios o lecturas adquiere conocimientos diversos y múltiples, alcanza probablemente un conjunto importante de referentes conceptuales que quizá le ayuden a interpretar la realidad con más probabilidades de aproximación objetiva, o de acierto, que aquélla que carece de tales referentes. Del mismo modo, quien posee un número elevado de referentes científicos, humanísticos, artísticos, literarios, económicos o deportivos, por citar algunos, interpreta lo que lee con mayor sensatez que quien posee un número reducido de dichos referentes. En resumen, una persona culta (cultivada, enriquecida por sus referentes conceptuales) interpreta mejor  lo que lee que otra inculta (empobrecida conceptualmente por su carencia de referentes). Es lo de la competencia o incompetencia lingüística. 

De ahí lo del título: (in)cultura lectora. El personal se considera culto por el hecho de leer, incluso por el hecho de pasar las hojas. ¿Cuántos poseen la conveniente capacidad conceptual como para interpretar, con suficiente y abundante flexibilidad mental, lo que leen? Fin.