miércoles, 27 de abril de 2016

OBSCENIDAD DEL RAZONAMIENTO



Yo debo de ser un inconformista cósmico porque, según dicen, todo me parece mal. Dicho de otro modo, quizá no pueda haber un listo y noventa y nueve tontos dentro de la centena de cráneos que pueblan cada metro cuadrado de fauna urbana. Yo pienso que sí, aún a riesgo de parecer un extraterrícola autosuficiente, emancipado de las aceras. Porque vamos a ver: si la aptitud para el razonamiento estuviera tan extendida como lo está la capacidad para el asentimiento, apenas habría tontos. Pero la cosa no es así. Resulta fácilmente comprobable la verificación de que el personal, a estas alturas del progresismo milenarista, no razona sino que asiente. Basta que la publicidad le coloque el producto a tiro de supermercado, por ejemplo, para que la grey se apresure a adquirirlo sin atenerse a razones cualitativas, movida por un impulso aquiescente que la precipita al enganche del carrito sin atenerse a reflexiones previas. Y no sólo yo debo de ser un inconformista cósmico, como te decía, también deben de serlo los columnistas, colaboradores, críticos y otros plumíferos, en general, que ponen a parir la perversidad estética de los programas televisivos, amén de su degradación ética, su vulgaridad poética, su publicidad cosmética y su presentación patética (disculpa el sinsentido semántico y las esdrújulas). Sin embargo, el gentío no les hace caso y se afianza en el asentimiento ciego. Y acepta la bondad intríseca de tales abominables programas como si en ello le fuera la vida. Y si se te ocurre dártelas de listo en la cena del viernes con los amigos, pobre de ti. Te acosan a manotazos verbales, como a la avispa que incomoda la olorosa suavidad de las chuletillas de cordero. Y argumentan: «Pues no serán tan malos los programas. Si todo el mundo los ve, por algo será». Definitivo. El razonamiento es tan apodícticamente definitivo que permaneces mudo, mudo y contrito, pensando en ese pozo de prioridades escondidas en la contundencia del algo, pensando en la terrible cueva de Alibabá cuyos tesoros televisivos encierra esa puerta enigmática del neutro indefinido: por algo será. Así que, amigo, no tienes más remedio que aplicarte a las chuletas y al Tentudía, y dejar para otra ocasión lo de abrir el pico en favor del raciocinio. 

viernes, 22 de abril de 2016

CONFUSIONES

(Publiqué este artículo en el HOY hace doce años. Puede ser una metáfora de los aconteceres de hoy día).


CONFUSIONES
JUAN  GARODRI


—Qué lucidez —dicen unos.
—Qué ingenuidad —dicen otros.
Entras en el bar, fuente no tan viciada de opiniones, y el personal dice eso, qué lucidez, qué ingenuidad.
Leire Pajín, carita rechoncha de muñeca pintada y chochona, ella, tan joven y tan peripuesta, tan secretaria de Estado de Cooperación (bien podían explicarnos en qué consiste la cosa), ella, Leire Pajín, aparece en la pantalla televisiva hablando de la transición pacífica en Cuba y va y dice que «los españoles tienen una relación con el pueblo cubano histórica».
—Tiene más razón que un santo —afirma un conforme. Siempre ha mantenido España una relación fluida con Cuba que puede considerarse histórica por mantenerse a lo largo de varias centurias (obviedad).
—España con Cuba —dice un discordante—. Pero no España con Fidel Castro. El dictador no “es” Cuba. El dictador se ha apoderado de Cuba.
—Y ahora viene la Leire —dice un acólito del discordante—, y suelta que el diputado Moragas divide a los españoles con su intentona de entrevistar a los disidentes cubanos.
Cerveza. Otro Lagares. Tapa de setas y pimiento. Queremos saber a quién pretende confundir la Leire con esta arrimadura del ascua a la propia sardina.
—Es que zumba cojones la cosa —dice un discrepante—. De forma que el tal Pinochet es un dictador, tirano, asesino y tal, y Fidel Castro ni es dictador ni nada.
—Por qué uno sí y otro no —pregunta un retorcido—. O sea, que la dictadura de derechas es reprobable y la de izquierdas es tolerable.
—La dictadura simpática —vocea un resabiado—, así la llama Zoé Valdés en un duro artículo contra el régimen castrista (y contra los intelectuales de izquierdas). O sea, que los disidentes cubanos disienten porque les sale de la telilla del escroto, no porque aspiren a derrocar al tirano y conseguir una Cuba libre y democrática.
Un listo levanta la voz: por qué los izquierdosos, los progretas, los manifas, toda esa calaña  amalgamada de uncidos al yugo de uno u otro signo, lanzan el solo de ópera y dejan estupefacto al patio de butacas, por qué.
Cerveza. Otro de Payva. Tapa de riñones al jerez.
—Nuestro Señor Presidente del Gobierno —tercia un enterado— don José Luis Rodríguez Zapatero, abundando en la confusión, va y confunde (redundancia) “nación” con “nacionalidad”. «No me preocupa el concepto de nación catalana», dijo.
—Hombre —prosigue el enterado—, hacer declaraciones para evaluar sus seis meses de gobierno y largar que la palabra “nación” es un concepto discutible es como afirmar la discutibilidad de la esencia. Ese talante expositivo confunde al pueblo llano y provoca el remolino existencial de la democracia.
—Menos mal que nuestro Presidente regional, Rodríguez Ibarra —dice un enfervorizado—, los tiene así de gordos (el personal asiente y lo comenta con  fruición) y proclama en todos los foros con claridad meridiana (tópico) no sólo la validez permanente del concepto de “nación”, sino también la realidad histórica de “nación española”.
—Así se habla —dice un conformista—, y añade: al menos Ibarra no juega a confundirnos en esto de la nación y la nacionalidad.
—En caso contrario —interviene un chistoso—, ya hubiera instaurado el castúo como asignatura obligatoria en los currículos de Primaria y Secundaria extremeños.
—No te quepa la menor duda —afirma un leído.
—Aunque la confusión gorda —silba un tordo que bebe Viña Mayor—, viene del rumor (certeza) circulante: Gallardón no se opuso a Esperanza Aguirre para apoderarse de la Autonomía madrileña.
—¿No?
—¡No! Gallardón es el candidato de Polanco para tumbar a Rajoy.
—¡Hostia, tú, me has tirado el vino!

Cabizbajos nos largamos, alvidriados en lo confuso.

jueves, 14 de abril de 2016

LA DESAPARICIÓN DE LAS IDEOLOGÍAS

Hay quien asegura que la sociedad actual está totalmente mediatizada (idiotizada) por el consumismo debido a su irreversible identificación con la falta de valores. Esta ausencia de valores tiene una causa: la desaparición de las ideologías. Toda ideología, que en el plano teórico desarrolla un cuerpo de doctrina coherente, en el plano práctico se traduce en unos comportamientos que empujan a actuar en un sentido determinado: son los valores inherentes a esa ideología. Así que, oh lector, si la sociedad carece de valores es porque las ideologías (soporte de esos valores) se han derrumbado. ¡Cataplaff! A la muerte de Dios, aseverada por el irracionalismo intuicionista de Nietzsche, se une ahora la muerte de las ideologías, o al menos su infarto de miocardio. Pero no te turbes, lector conspicuo, que para eso están Macridis y Hulling dispuestos a la implantación del bypass ideológico. Sostienen los tíos que de morir las ideologías, nada. Que las ideologías perviven y constituyen en sí mismas el ‘sustento’ actitudinal de todos y cada uno de los seres humanos. ¿Entiendes, tronco? ¿Entiendes por qué los desencuentros entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se mantienen en plena efervescencia? La ideología de cada uno. Y no las ansias de alcanzar el poder, que son muchas, como afirman los descreídos políticos.

viernes, 8 de abril de 2016

LA CULPA

LA  CULPA
JUAN  GARODRI



Efectivamente, eso se cantaba en aquellos años de pachanga y cubalarios. Ahora no, que hemos mejorado en progresía y talante. Ahora ya no tiene la culpa el chachachá, la culpa la tiene el buen tiempo. Ese es el que tiene la culpa de todo. Hasta de los seres humanos que mueren diariamente en Siria. ¿Quién tiene la culpa de los muertos de Siria? A diario. Desde que se inició la maldita guerra, todos los días mueren decenas de personas, de promedio. Eche usted la cuenta a ver cuántos muertos suma ya ese total horripilante. Nadie tiene la culpa. De nada. Todo el mundo es inocente (libre de culpa). Existe un endemoniado empeño humano en la autoexculpación. ¿Por qué la cosa mediática no descubre las causas de la(s) guerra(s) que asolan ahora mismo el mundo? Porque la causa conlleva culpa. Y no se quiere señalar con el dedo público al culpable. Las fábricas de armas, los traficantes de armas, los Gobiernos que sanean sus déficits públicos con la venta de armamento serían descubiertos y señalados como culpables. Adiós a la estabilidad económica y al bienestar ciudadano. El poderío económico se vendría abajo y el valor del euro y del dólar quedaría capitidisminuído. Horror. ¿Qué sería de nosotros? Nadie podría comprar coche nuevo, nadie podría consumir medio sueldo en carburante y el otro medio en portátiles, MPG3, móviles y pantallas flat. Nadie podría salir el fin de semana ni durante los puentes multiojos a disfrutar del ocio y el buen tiempo. Si es que se admite el concepto de buen tiempo que conviene al gentío dedicado al ocio, la excursión y el viaje a la playa. Ya se sabe, cielo azul, ausencia de nubes, temperatura agradable. A disfrutar del ocio y a desarrollar el masoquismo, esa complacencia en sentirse maltratado, aprisionado, confinado en los dilatados embotellamientos de la carretera durante horas. El ser humano se siente interiormente frustrado y tiende a equilibrar sus desasosiegos con la huída. En realidad cada uno huye de sí mismo. Debemos de estar horriblemente deformados, mutilados, rotos en mil pedazos, como para provocarnos ese pánico que nos impulsa a huir de nosotros mismos. Así que, hala, a la carretera. Miles de automóviles atrapados en los atascos. Tráfico lento con paradas intermitentes, nivel amarillo, mientras cerca de medio millón de automovilistas tardaba seis horas en recorrer 70 kilómetros el pasado viernes. Los periodistas, tan inocentes, van y le preguntan al Gobierno que quién tiene la culpa. Naturalmente, el Gobierno se los sacude de encima (sin dejar de sonreír, eso sí) como a moscas cojoneras y asegura con aplomo que la culpa de los atascos la tiene el buen tiempo. Cielo azul, ni gota de lluvia, temperatura soportable. Ha sido un ejercicio conspicuo de pérdida de memoria meteorológica, aunque no del todo. Porque cuando las duras nevadas del invierno pasado atascaron en las carreteras a los automovilistas de la mitad de España, el Gobierno también le echó la culpa al tiempo. Entonces fue el mal tiempo: nieve, lluvia, viento y temperatura insoportable. ¿Qué masoquismo (otra vez) estimula la huída generalizada del personal y lo lanza  a la carretera, y encima sin cadenas y sin gorro de lana? La culpa la tuvo el mal tiempo. Mientras tanto, en un ejercicio político de infantilismo no superado, el PSOE se erige en culpator y hace recaer la acción de la culpa en el Gobierno y en la DGT, a los que señala como culpatus aunque éstos atribuyan al gentío la cagada de desplazarse por culpa del buen tiempo.