viernes, 24 de julio de 2015

EL ARTE Y EL FRAUDE ARTÍSTICO

Vi la otra noche la película o el reportaje o el documental o lo que fuera de Orson Welles titulado Fraude, y me acometió la duda de siempre sobre el arte y los artistas. ¿Quién juega con nosotros en la cosa del arte? Porque, a mi parecer, hay quien juega con nosotros. Esto del juego sería una cosa más o menos intrascendente, como todo juego, siempre que no se mezclase con el asunto del dinero (como todo juego). Pero desde el momento en que el arte se mezcla con la cosa del dinero, se acaba el juego (o se incrementa el juego). Los miles de millones que anualmente mueve el mundo del arte impulsan al engatuse del personal con la venta del humo cromático que termina siendo un capichuli efímero. ¿Existe el arte, considerado en sí mismo, o es el artista el que hace el arte? Algunas exposiciones, o muchas, o varias, representan el juego del que se vale quien juega con nosotros. Es un juego malévolo (malintencionado, hecho o dicho a mala leche), por no decir perverso (que corrompe las costumbres o el orden y el estado habitual de las cosas), en el que la idea de la apariencia intelectual, rompedoramente intelectual, es decir, la idea progreta del arte, se impone a base de ignorancias contundentes. ¿El arte es arte o sólo es arte la obra que realiza un determinado artista, siempre famoso, naturalmente? ¿El arte es arte aún en la oscuridad del anonimato o sólo es arte la obra aplaudida en los medios de difusión por los críticos de arte? ¿La obra es obra de arte porque la ha creado tal artista y no lo es si su creador es un tip(ej)o desconocido? Pongamos el caso de un falsificador avezado que le vendió un supuesto cuadro de Pieter Brueghel a un tío abuelo mío, por parte de padre. Los herederos quieren venderlo porque prefieren un chalet en Oropesa de Mar antes que contemplar diariamente el claroscuro infernal del cuadro. Tres millones de euros que iban a caer llovidos de los pinceles del pintor flamenco. Y eso si no eran más, porque una obra de arte perteneciente a la escuela de los Brueghel tiene un valor incalculaaable. Así que fue el tío (el falsificador) y reprodujo con asombrosa exactitud milimétrica el cuadro de Brueghel, la misma técnica, la misma maestría en la realización de una escena obsesiva y diabólica. Pues nada. Va, a su vez, la crítica especializada y utilizando los medios técnicos actuales digitales y electrónicos,  concluye que el cuadro es falso. Fue pintado, probablemente, por un tip(ejo) que no lo conoce ni la madre que lo acunó. Pregunta analfabeta: ¿Por qué el cuadro de Brueghel es una obra de arte con un valor incalculaaaable y la reproducción que compró en tiempos de Canalejas mi tío abuelo no es obra de arte y lo timaron? Respuesta: porque la obra de arte sale del nombre del artista (famoso), de manera que el desconocido ni es artista ni nada y, por tanto, la obra que el desconocido crea no vale un pimiento.
Gregorio de Nisa escribió, allá por el siglo IV, cosas interesantes sobre el arte, y un buen día va y se pregunta que de dónde viene la forma. Y concluye una obviedad (según mi amigo el pelopollas enterado), porque dice que en las obras de los artistas el material es formado por la representación y después manipulado por decisión del artista. “Primero se desarrolla la actividad interna en la mente y después se materializa en la forma externa”. Si esto es así, tan artístico es un cuadro de mi tío Eufrasio como uno de Botero.
Conclusión: ¿Por qué un cuadro atiborrado de pintura a espátula sobre el que han arrojado un puñado de arenilla (Composición II, dice el catálogo) se considera una obra de arte y se desprecia la pintura del ama de casa que asiste a manualidades en aulas de EPA? Autor famoso (proporciona pasta abundante) versus autor desconocido (no genera ni un euro). Ese es el asunto. O lo que es lo mismo: hoy no se considera el valor propio de la obra sino el nombre del artista. 

lunes, 20 de julio de 2015

MICRORRELATO DEL SEMÁFORO


  
   Se disponía a cruzar el paso de cebra. El semáforo verde lo permitía. Un coche conducido por una chica invadió el paso peatonal y estuvo a punto de atropellarlo. Al tiempo que saltaba para evitar el accidente, golpeó con la palma de la mano la carrocería del coche. La chica frenó bruscamente. Mostraba un rostro irritado, anguloso, asimétrico y sombrío, a juego con el desaliño del cabello.
-¿Qué pasa contigo, viejo?
-No has respetado el semáforo rojo.
-Anda, mira el viejo éste.
Sin tener en cuenta la deixis, replicó:
-La vejez es un proceso natural; la fealdad es un estado permanente.