viernes, 29 de mayo de 2015

EL PSICOPOMPO (RELATO ALGO ESCATOLÓGICO)

Te apuesto doble contra sencillo, forastero, (que disculpe M.L.Estefanía) a que no has oído hablar del Psicopompo. No te asustes. No se trata de ningún virus mortífero de esos que aparecen de vez en cuando en África, extendidos por las diarreas mefíticas de los monos y por las perturbadoras advertencias de los científicos.
Mi vecino tampoco había oído hablar de él. Nos encontrábamos en la escalera y, a pesar del pacto de buena vecindad asentado en el mutuo respeto de los sentimientos futboleros (él madridista, yo atlético) solís decirme, pelín de guasa: Vais de culo, a ver cuando echáis al Mandzukic".
Aquella mañana, sin embargo, mostraba esa seriedad aflictiva que desencadenan los encrespamientos con la suegra, por ejemplo. Y así era. La buena señora se había empeñado en comprarse un perro. Y aunque los razonamientos de mi vecino rozaron los límites de una humildad sobresaliente y fingida, ella enarboló su poderío lenguaraz y tonante, como quien blande una espada, y hubo que soportar en casa la presencia canina.
—Háblale del psicopompo —le dije—, seguro que cuando conozca su función ultramundana deja de adorar a los perros.
—Ni hablar —contestó—. Es tan desconfiada que nutre cualquier palabra rara con asociaciones obscenas. Seguro que si le nombro al psicopompo piensa que deseo tocarle la redondez de su trasero.
Lo tranquilicé. Y, arrimándome a su oído, le solté que en las mitologías arcaicas el perro era un animal asociado a la muerte y que, con frecuencia, era en elcargado de conducir a los muertos a la otra vida, la función del psicopompo, vamos.
—De hecho —aseguré con suficiencia—, ahí tienes a Anubis o al can Cerbero, divinidades mortuorias caniformes. Sin ir más lejos, proseguí, los neoplátonicos pensaban que el perro simbolizaba la maldad del dueño que se deshacía de ella traspasándola al animal, de manera que tu suegra tiene tan mala pipa que, arrepentida, piensa desahogar sus pudrideros en la doméstica fidelidad de su caniche. Dile esto, a ver si le gafas lo del perro y lo regala.
Se lo dijo. Pero ni por esas. Al contrario, la suegra manifestó de forma contundente que era pura bondad lo que exhibía su perro, de manera que ella le había transmitido sus cualidades positivas. Por otra parte, le hizo muchísima gracia lo del psicopompo y, a renglón seguido, le creció debajo del moño un sorprendente alarde de cultería léxica que la impulsaba a utilizar la palabra cada dos por tres.
Y así, salía al atardecer por las aceras, muy ufana, a pasear al perro. Naturalmente, se cruzaba con treinta o cuarenta personas que a la misma hora también pasean a sus perros de esta guisa: los padres pasean el perro que le compraron a la niña cuando approbó 2º de ESO, los viejos pasean el perrillo de sus recuerdos, las solteras más bien provectas pasean el perrito de su desasosiego, los raperos pasean el perrazo de sus insumisiones, los amantes de los animales pasean simplemente el perro. Todos muy orgullosos, eso sí, de poder contar entre sus docilidades familiares con la doméstica afinidad de un perro.
La suegra de mi vecino estaba dotada de una capacidad de fabulación extraordinaria de modo que no se callaba ni debajo del agua y, como le había hecho gracia, según te dije, lo del psicopompo, cuando se cruzaba con una señorita que paseaba al perrito, se detenía educadamente y le decía:
—Oh, tiene usted un psicopompo monísimo—, y la señorita enrojecía.
A los padres que paseaban el perro que le compraron a la niña, etc., les espetaba:
—Buenas, tienen ustedes un psicopompo muy educado—, y los padres se soltaban de la mano.
A los raperos que paseban al perrazo casi les escupía:
—Vaya, tenéis un psicopompo desproporcionado—, y los raperos, perplejos, se miraban la entrepierna.
A los amantes de los animales simplemente les daba las buenas tardes.
La aparente dificultad de todo este embrollo reside en que el psicopompo, al menos el psicopompo que adopta zoomorfología canina, siente acuciantes necesidades fisiológicas y, cada dos por tres, mea y caga. Y es (in)digno de ver el sarpullido excrementicio que salpica las aceras, como ejemplo peligrosamente escatológico de resbalones, de patinazos y de untadas.
Y aunque el excelentísimo Ayuntamiento, en su aparente afán de proteger el bien público, notifica cada dos o tres años conminatorios avisos de multa aplicables a los dueños de psicopompos desavisados, no hay remedio. Los dueños de los perros siguen tras ellos durante los atardeceres, como si tal cosaa, atados (los dueños) al orgullo de la cadenita flexible como si persiguieran machaconamente la inconstancia vespertina.
En fin. Aquel atardecer me encontré con la suegra de mi vecino que recogía a su perro. Ella subía las escaleras, yo salía a la calle. Le sonreí con la boca cerrada y, disimuladamente, le di un taconazo al perro. Nada más pisar la acera, me corté. La ñorda apretujada y maloliente del perro de la suegra de mi vecino se adhería a la suela de mi zapato con una pertinacia constante y vengativa que me impulsaba a caminar a la pata coja, sin saber qué hacer. Justo castigo del psicopompo, creo.

















jueves, 28 de mayo de 2015

EL MAL, ¿DÓNDE SE ENCUENTRA EL MAL?

Es inquietante, la pregunta. ¿Dónde se esconde el mal? Casi siempre se ignora, también en los pequeños aconteceres. Leo que decenas de alcaldes del PSC quitaron la bandera española en la Diada. ¿Eso es bueno o malo? ¿Es un bien o un mal la bandera? ¿Cómo un pedazo de tela (un símbolo no más, en el sentido icónico del término) concita tantas pasiones, a favor o en contra? Pienso que el hombre no siente real, íntima, individualmente tal devoción a la bandera sino que hay ‘alguien’ que lo incita a amar por encima de todo una bandera, a odiar por encima de todo otra bandera. ¿Dónde radica el mal, en el odio exacerbado o en el amor incontrolado? Por amor a una bandera se mata; por odio a una bandera se mata. Que alguien me diga qué importa el amor, en este caso, si su defensa conlleva el odio, la destrucción, la muerte de otros seres humanos. O en qué se diferencia ese sentimiento del que mata y destruye impulsado por el odio a otra bandera. El amor y el odio confluyen, se equiparan el bien y el mal.

Los ocultos y turbios intereses personales de aquellos que rigen los destinos de los hombres han extendido el mal por el mundo, una sombra gigante y turbadora como la negra silueta del diablo, el Leviatán político de Thomas Hobbes.

martes, 26 de mayo de 2015

OH, LA TELE, ¿HABRÁ QUE APAGARLA?

Si tiene usted las agallas que hay que tener para tragarse un telediario completo, habrá advertido que las intenciones de quienes nos ‘echan’ las noticias (que son la alfalfa del borreguío televidente) persiguen, a mi parecer, un fin: que el gentío tiemble de miedo. Un 40 % de la información expone a diario tragedias, asesinatos, maltrato físico, violencia de género, accidentes de tráfico, devastaciones climatológicas, dolor y muerte. El 60 % restante se divide entre deportes, política económica y publicidad.
Michael Moore, el del documental “Bowling for Columbine” que hizo tanta pupa, dijo que los medios procuran que tengamos miedo. «Animo a la gente a que apague la tele porque nos están triturando el cerebro». Apagar la tele. ¿Y entonces? Hablar o leer. Hablar con la familia resulta fastidioso porque hoy no se habla, se discute. Mejor ver la tele. Leer es insoportable. Un aburrimiento pertinaz que carga la vista e hincha la cabeza. La lectura es para los letraheridos. Mejor ver la tele. Y el gentío se distrae zapeando. Más miedo. Los programas matutinos, orlados de atractiva publicidad doméstica, meten el miedo en el cuerpo con la cosa del colesterol, la hipertensión, los ácidos biliares y la celulitis. Los programas vespertinos exponen las lágrimas de la señora que ha perdido a su hijo, o que se le ha inundado la casa, o que padece cáncer de colon, o que se ve obligada a subsistir con 327 euros, o que ha sufrido un atraco, o que han violado a su hija. Y así. Ese cúmulo de desgracias, esparcidas por los espacios televisivos como quien esparce abono, eleva la adrenalina y produce una honda satisfacción contradictoria, el hallazgo del gusto en la desgracia. No, mister Moore. El gentío no tiene el cerebro triturado por la tele. El gentío disfruta con la tele, su tabla de salvación. Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, dijo Arquímedes. La tele. El punto de apoyo.

martes, 19 de mayo de 2015

EL OPIO SIEMPRE ATONTA

Tal vez la religión, como ideología, sea el opio del pueblo, un opio inodoro, incoloro e insípido, hoy día. Pero el laicismo, como ideología, es el actual opio del pueblo, un opio aromático, irisado y sabroso que promete la salvación ciudadana. En aras de la libertad. “Estatolatría”, lo llama Raúl del Pozo. Sorprendente. Ahora que avergüenza menos ondear la bandera del partido en una manifestación que portar el estandarte de la cofradía en una procesión, ahora, digo, que se aturde al personal con el pregón de las promesas democráticas, ahora se sustituye un opio por otro. Apenas quedan santos a los que venerar. Abundan sin embargo ídolos mediáticos (o políticos) a los que adorar. Y va la gente y se lo cree. Libertad de expresión. ¿Por qué la expresión de determinadas libertades constituye un opio infumable mientras que la expresión de libertades oficiales se acepta como opio fumable? Es mentira la validez de un opio y la inutilidad del otro. El opio siempre atonta.

miércoles, 13 de mayo de 2015

EL ERROR DE LAS "CATÁSTROFES HUMANITARIAS"

Esta primavera, convertida en verano adelantado y agobiante, florece entre mítines, carteles y promesas electorales tal como en las orillas de los regatos eclosionan  las pamplinas y los pañalitos. Con la diferencia de que en las promesas parpadea el amarillo brillante de la mentira y en las pamplinas y pañalitos revienta la savia nutricia. Con tanta promesa, esta primavera está vacía de realidades y sentimientos. El segundo terremoto de Nepal en pocos días ha hundido en la muerte y en la nada a todas esas personas a las que les ha tocado la china. Estamos tan vacíos de sentimientos que incluso los informadores se trastuecan y perturban con las heridas de la primavera. Ayer, en algún noticiario televisivo, escuché la noticia de que estaban organizándose nuevos recursos para ayudar a estas "catástrofes humanitarias". Hombre, no creo que los periodistas sean tan ignorantes. O quizá lo sean cuando utilizan la expresión de «catástrofes humanitarias». El concepto de ‘humanitario’ significa algo que se refiere al bien del género humano, cosa que es esencialmente imposible en cualquier catástrofe. Si lo de «catástrofes humanitarias» lo repiten una y otra vez telediarios y boletines de noticias, advierto a los desavisados que, con ello, están expresando justamente lo contrario de lo que quieren decir: lo 'humanitario' tiene como finalidad aliviar los efectos que causan las desgracias en las personas que las padecen, alivio imposible si va unido a una catástrofe. Una catástrofe no puede ser humanitaria. Las catástrofes sólo pueden ser humanas; las ayudas sí pueden ser humanitarias. 

jueves, 7 de mayo de 2015

PROGRETURA VS PROGRESO

En cualquier acción de progreso, no puede olvidarse la cultura.  La cultura no consiste en saber mucho. La cultura consiste en poseer el mayor número de referentes conceptuales para interpretar la realidad de forma humanamente lúcida. El progreta posee tres referentes conceptuales o cinco o diez y aunque técnicamente esté bien formado (domina la navegación cibernética y conoce las triquiñuelas electrónicas y técnicas, por ejemplo) interpreta la realidad de manera raquítica, uniforme y única. El progresista, por el contrario, además de estar al día en los avances técnicos y científicos, ha adquirido cincuenta o setenta o cien o mil referentes conceptuales que le ayudan a una interpretación generosa, pluriforme y flexible de la realidad. El progresista realiza la acción de conjuntar ciencia, tecnología y cultura: la ciencia y la tecnología, para progresar en la posible solución de las deficiencias humanas; la cultura, para defenderse del asedio al que es sometido diariamente por los lavacerebros y otros lepidópteros de la fauna urbana . El progreta, en cambio, piensa que con sólo la ciencia y la tecnología se encarama uno en la cima del progreso. Esta actitud entraña un peligro subliminal y constante: el de encontrarse indefenso ante la continua agresión con que lo bombardea la publicidad (millonariamente técnica y científica) y la información mediática, halagándolo y haciéndole creer que la tiene lisa porque de vez en cuando se la embadurna de modernidad y de progreso. Y el tipo va y se lo cree. No dispone de los referentes necesarios para montar su propia defensa. Es la riada de la progretura. Los cráneos privilegiados que dirigen los destinos de los hombres, rellenan al personal de tecnología y de ciencia para asustar a los patanes. Buenos técnicos, pero ciudadanos incultos. Tal vez ahí es donde subyace la perversidad del sistema porque se me ocurre pensar que un hombre inculto es más fácilmente manipulable, por no decir más fácilmente gobernable, por muy buen técnico que sea. Además de  proporcionar una futura mano de obra cualificada y tal vez barata. Así que la progretura lucha con ahinco para atontecer al personal. Se vale del poderío mediático y de la difusión del horterismo. Hay que esterilizar las ideas. Hay que tirar a repañinas preservativos ideológicos para que el gentío no piense. Un hombre solamente es peligroso cuando desarrolla reflexivamente su capacidad de pensar.
En fin, el progreta se considera progresista (no quiere decir que lo sea) por el simple hecho de vivir en el segundo milenio, inmerso en el oleaje de un disimulado consumismo, en la trampa de la sedicente libertad y en el coro sabihondo del monorraíl mental. Así lo creyó hace más de doscientos años el Abbé de Saint-Pierre, ilusionado con una idea del progreso utilitaristamente prohumana. Llegó a afirmar que monumentos artísticos como Notre Dame tenían menos valor que un puente o una carretera. La historia no le ha hecho ni puñetero caso.